Al analizar los hechos más importantes durante el decenio que acaba no puedo quitarme de la memoria la imagen de las torres gemelas de Nueva York cayendo por los impactos de los aviones. Es sin duda uno de esos momentos que cambian el rumbo de la historia y nada ha sido igual después del 11-S.

Pero al mismo tiempo, colocando como símbolo el hecho citado, han ocurrido varias cuestiones a tener en cuenta y que merece la pena resaltar. La entrada en una recesión mundial de un calado superior a la ocurrida en el 29, ha acabado con un paradigma vital y replantea la forma de afrontar la economía internacional. Las guerras de Irak y de Afganistán, que mantienen viva la lucha por el control de la zona, el conflicto estancado entre Israel y Palestina, las tensiones entre las dos Coreas, el temido poder nuclear en Irán, la continuidad de los conflictos armados en Congo, Níger, Sierra Leona y últimamente Costa de Marfil, nos dicen con claridad que este decenio no ha sido precisamente un decenio de paz. El mantenimiento del conflicto saharaui que amenaza con enquistarse en el seno de las Naciones Unidas y el apoyo a Marruecos de Francia, EEUU y el silencio vergonzoso español, la reaparición de los piratas en las costas somalíes y aguas del Indico, el fenómeno del terrorismo integrista islámico, el poder de las bandas criminales del narcotráfico en México, nos muestran a las claras que no hemos sabido a nivel mundial retomar un rumbo de crecimiento pacífico. El cambio climático ha sufrido una gráfica dentada, lo que en realidad ha servido para que nadie se tome en serio el asunto y se avance muy poco en la lucha contra los efectos del mismo; el crecimiento de la pobreza y el incumplimiento de los Objetivos del Milenio marcados por las Naciones Unidas; la escasez de agua potable y el descenso generalizado de los niveles de enseñanza y cultura, ponen el acento en lo desaprovechado de diez años para reducir las distancias.

En lo político, salvando algunas excepciones, hemos mantenido unos niveles muy bajos en la gestión de lo público, unas organizaciones internacionales caducas y vetustas, así como una acentuada vuelta a los problemas nacionales en detrimento de la problemática global, que sin duda repercutirá en negativo para todos los países en el futuro. Una cortedad de miras impresionante y un no saber hacer cuando se necesita firmeza y visión mundial. Ningún estadista a resaltar y sí muchos populistas trasnochados, verdadera amenaza para nuestro compromiso universal de avance como especie.

*Asesor en Relaciones

Internacionales y cooperación.