Aunque a veces tratemos de diferenciarla, la política es una parte de la vida y, como tal, casi todo lo de una es aplicable a la otra. Sigmund Freud y la cultura popular dieron a luz conjuntamente una expresión muy interesante, tanto en la vida como en política: «matar al padre».

Sin profundizar en sus ecos psicoanalíticos, digamos que se trata de la forma en que un niño deja de serlo alejándose de quien lo ha hecho nacer, lo ha educado y cuidado. Matar al padre, pues, sería sinónimo de madurar e independizarse, de demostrar que uno es capaz de romper el cordón umbilical y construir su propia identidad.

En política todo esto puede ser un poco más cruel, en cuanto que «matar al padre» a veces significa que el hijo debe realizar el sacrificio a la vista de todos, para así emerger con un liderazgo propio. Más o menos elegante, este un paso imprescindible para que la ciudadanía comprenda que sobre la cabeza de un político no penden hilos que determinan sus movimientos.

Sin embargo, la extraña política española contemporánea nos coloca ante un hecho bastante insólito: políticos en busca de padre. En vez de matar al padre, buscan sus faldas por ver si así adquieren la entidad que no tienen por ellos mismos.

Los dos ejemplos más egregios son Albert Rivera y Pablo Iglesias. Dos políticos que, por la génesis de sus proyectos, nacieron sin padre. Cualquiera diría que eso es una ventaja, puesto que no tienen que pasar por la dolorosa fase de matarlo, pero lo asombroso es que ambos han hecho el camino contrario, buscando respectivamente en José María Aznar y Julio Anguita el padre político que nunca tuvieron. Nacieron libres y quisieron atarse las muñecas.

En mayo de 2017, Aznar invitó a Rivera a clausurar un máster organizado por el Instituto Atlántico de Gobierno (IADG), al que no estaba invitado Mariano Rajoy. Así, en un gesto de evidentes resonancias freudianas, Aznar sustituyó a su hijo natural por otro putativo, consolidando su desprecio por Rajoy y su apuesta por Ciudadanos como proyecto político del centro derecha español. Habiendo compartido muchas opiniones y diversas reuniones y encuentros con Aznar, Rivera tuvo que distanciarse de él en una entrevista de enero de este año. Aznar es un político antipático y Rivera quiere ganar las elecciones. Busca un padre, pero sin que se note.

Sobre lo de Iglesias y Anguita está todo dicho después de aquella emotiva foto en la que los dos se abrazaban entre lágrimas con motivo de un acto de Podemos en Córdoba. Los elogios públicos y mutuos de ambos están en la hemeroteca, pero si hiciera falta alguna prueba definitiva, la dio Iglesias en aquel acto cordobés: «Cada vez que tengo que tomar una decisión importante, consulto a Anguita».

¿Qué será lo que ocurre, para que los políticos con padre quieran matarlo y los huérfanos quieran uno? Yo creo que la respuesta es sencilla. Los proyectos políticos requieren dos cosas relevantes: la mayor independencia posible (matar al padre) y una tradición ideológica a la que honrar (buscar al padre). Los partidos que tienen la tradición (PP y PSOE) tienen problemas para desembarazarse de los padres, y los que no la tienen (Ciudadanos y Podemos) se afanan en buscarla.

Que se lo cuenten a Felipe González y a la generación de políticos que reconstruyeron el PSOE desde 1972. Fue entre mayo y septiembre de 1979 cuando mataron al padre (Rodolfo Llopis), al hijo (Luis Gómez Llorente) y al Espíritu Santo (el marxismo), para poder ejercer el liderazgo socialista de un proyecto renovado. Paradójicamente, cuando Pedro Sánchez trató de hacer algo parecido el año pasado (solo «parecido»), los díscolos hijos de 1979 se sintieron entonces padres airados, y algunos disimulan como pueden que necesitan tener sus propios hijos putativos.

Matar al padre es justo y necesario. Se puede hacer mejor o peor, cada uno como sabe, pero hay que hacerlo. Por eso, de todos los partidos existentes hoy, el PSOE de Pedro Sánchez es el que puede ofrecer un mejor equilibrio entre ser un proyecto político con profundas raíces y poseer una fuerte independencia frente a padres posesivos. Utilizar el nombre de determinados «dioses» en vano puede traer réditos a medio plazo, pero si evidencia algo es la falta de liderazgo.