El comité que concede el Premio Nobel de la Paz deparó ayer una excelente sorpresa al conceder el galardón a Shirin Ebadi, mujer, iraní, musulmana, jurista y activista infatigable en favor de los derechos humanos. El reconocimiento al antibelicismo de Juan Pablo II o al pasado de luchador por la democracia, ya alcanzada, del checo Vaclav Havel han quedado aparcados ante el carácter ejemplarizante de una mujer en lucha constante en muchos frentes, siempre con el horizonte de la democracia y la libertad.

Con su vida y sus creencias, Ebadi desmiente muchos de los tópicos interesados en los que se basan las relaciones internacionales desde el fatídico 11-S. La premio Nobel refleja con claridad la capacidad de cambio y de reforma del islam, de un islam abierto a la sociedad, en el que la mujer no es un simple apéndice del hombre, y demuestra también que esta religión no está reñida con el sistema democrático. La elección de Ebadi pone en evidencia al régimen de los ayatolás y la falta de libertades en aquella teocracia que Bush incorporó al eje del mal, y lo hace ante los propios iranís y ante el mundo. El premio es un reconocimiento individual, pero es también un acicate colectivo.