Los jóvenes somos unos alcohólicos que sólo pensamos en el botellón. Sobre todo los universitarios, los que somos el futuro del país. Lo más seguro es que cuando nos toque ser presidentes del gobierno, nuesta primera medida sea bajar los impuestos del whisky.

Además de todo eso, somos unos inconscientes que parece que no tenemos aprecio por la vida cuando, después de varias copas de licor segoviano (o escocés), montamos en el Renault 205 de camino a casa.

Y es que en verdad somos unos vándalos. En vez de ir a un pabellón a hacer deporte (ups! están cerrados) o a un bar jugar al billar y a gastarnos 5 euros en un poquito de garrafón con coca-cola de botella, nos dedicamos a ir un descampado a intentar emborracharnos. En lugar de ir al cine a gastarnos 7 euros en ver una película española y hacer así que los directores dejen de cobrar absurdas subvenciones, preferimos reunirnos en torno a una botella de whisky de 10 euros que pagamos entre cuatro, ¡Descerebrados!

Además de eso, para ir al Recinto Hípico, como inconscientes que somos vamos en coche para así poder conducirlo con dos copitas de más, que siempre aumenta la emoción. Y es que bien podíamos montar en el autobús. Ese autobús gratuito que pone el ayuntamiento para que podamos ir sin peligro a la cercana zona recreativa que él mismo nos impuso. Ese autobús que siempre tiene sitio y nunca hay 300 personas para cada coche, y que nunca hay que pelearse a navajazos para poder montar. O en taxi. ¡qué más nos da esperar hora y media a que nos cojan el teléfono y vengan a por nosotros! No entendemos la saturación del transporte y como buenos seres desprovistos de sentido de la responsabilidad vamos en coche.

Por eso este jueves tuvimos que ir y venir andando hasta el ferial, porque somos unos irresponsables. Porque el ayuntamiento pasa de nosotros y de lo único que nos entran ganas es de coger el coche por muy borrachos que estemos, ¡parece que nos lo están pidiendo!

Samuel Solís **

Cáceres