Después de la Transición, el pueblo español fue lo suficientemente inteligente como para entender, pasados los primeros años, que el fin de la misma era la consecución de la normalización democrática. El diario vivir nos ofreció el espejo de lo que debía ser una sociedad que había asumido los valores democráticos. En uno de los viajes a la tierra en que nací, con motivo del bautizo de un recién nacido sobrino, charlaba con mi cuñado, actual secretario general de CCOO de Zaragoza, como siempre de política. Reparamos, entonces, en el novio de la hija de una de mis hermanas: era policía nacional y el compañero sentimental con quien convivía mi hermana pequeña era militar. El apuntó: " Y tus hijos con un padre hijo de coronel del bando nacional y una madre con un abuelo socialista y ugetista fusilado". Ambos sonreímos y, retóricamente, nos preguntamos: "¿quién nos lo hubiera dicho?". Concluimos satisfechos que, por fortuna, se habían superado los clichés mentales, que la sociedad española caminaba hacia adelante y que los valores de libertad y respeto, ausentes de rencores antiguos, con los que habíamos criado a nuestros hijos comenzaban a sentar las bases de lo que era una verdadera normalización democrática. Nadie debe creerse con derecho a arruinar la cohesión social que los ciudadanos hemos conseguido.

Ana Martín Barcelona **

Cáceres