Hay que ver qué locos están los yankees, empezando por su gusto insano por las armas y por las hamburguesas grasientas. Los pobres se atreven a vivir sin saber colocar a España en el mapa (como si nosotros supiéramos hacer lo mismo con Idaho o Nigeria, que por cierto tiene 135 millones de habitantes, dice la Wikipedia). ¿Y qué decir sobre esa sanidad pública de la que se dice que te cobran una pasta por ponerte una tirita? Esto de darle el botón nuclear a un tipo tan mal peinado como Donald Trump ya ha sido el remate, porque ya vamos sabiendo todos que la democracia solo vale cuando gana el que queremos. Cuando no es así, está claro que se trata de sucio populismo. Y, sin embargo, nos encanta Estados Unidos y todo el sistema que ha desarrollado en el último siglo... del que orgullosamente formamos parte.

Antes era un sueño lejano, pero ya casi todos los horteras hemos estado en Nueva York, hemos subido al Empire State y hasta nos hemos metido pal body un filetaco en Peter Luger (bueno, esto no, pero lo dejo para la próxima). Claro, para todo ello antes hay que pasarlo mal un ratito en el aeropuerto sintiéndote del Daesh, pero luego lo cuentas como una hazaña y te ríes.

Mires donde mires, en nuestro día a día, consumimos comida americana, series americanas (¿ha salido ya la nueva temporada de House of Cards?), deportes americanos (LeBron es solo físico, dijo un analisto) y hasta formas de ser americanas. Un tiroteo en un instituto de Oklahoma nos hace reflexionar más que el bullying del colegio de la esquina. Sentimos el 11-S casi con la misma intensidad que nuestro 11-M. Les necesitamos como referente, aunque sea con dobleces.

Es un imperio que llegó para quedarse, por encima de lo económico, yeah. Nosotros, siempre que no nos arrebaten la siesta y las cañas, formamos parte de ello encantadísimos