El concepto de identidad es crucial en política porque es crucial en la estructura del ser humano. Y, como casi todo en la sociedad contemporánea, ha venido mutando considerablemente hasta hacerse casi irreconocible.

En mi opinión, uno de los grandes retos de la nueva política —sobre todo de la que se quiera considerar progresista— es reformular adecuadamente el concepto de identidad y construir discurso sobre la comprensión de cómo se autodefinen las personas y las sociedades. Algunos asuntos de la máxima actualidad política (el conflicto catalán o la lucha feminista, por poner solo dos ejemplos) están íntimamente ligados a ello.

Hace medio siglo no era fácil encontrar una persona que hubiera nacido en un sitio, estudiado en otro y construido su vida adulta en un tercero, como tampoco era sencillo que un chaval de veinte años hubiera salido del país. Hoy es bastante habitual. Las razones son muchas (más ingresos, mayor alfabetización, abaratamiento de algunos costes, descentralización laboral, etc., etc.). Lo importante es que donde antes había una identidad geográfica única y muy sólida («soy extremeño») ahora existen identidades múltiples y líquidas («nací en Extremadura, me considero catalán y hace diez años que vivo en Francia»).

Pensemos por ejemplo en la histórica negación de la identidad a todos los miembros de lo que hoy llamamos colectivo LGBTI. Lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales han pasado de estar amenazados por la indigna modificación franquista (1954) de la Ley de Vagos y Maleantes —vigente como precepto de la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social hasta 1979— a poder casarse y, así, acceder al reconocimiento pleno de su identidad. No es necesario detallar la trascendencia social del cambio.

Las mujeres comenzaron antes con los logros de su liberación, pero no debemos olvidar que en 1977 aún se podía leer un titular de prensa como este: «La mujer casada podrá comprar bienes inmuebles». La identidad femenina no existía como tal sino ligada al hombre. Los últimos 40 años, aunque no han servido para acabar con esta mala herencia, sí han empoderado a las mujeres en la afirmación de su identidad y, por consiguiente, de sus roles sociales. El incremento de las mujeres trabajadoras fuera del hogar, por citar solo un aspecto, ha desencadenado una serie de transformaciones de enorme calado.

Pensemos, finalmente —habría decenas de ejemplos— en las grandes dificultades que nos estamos encontrando como sociedad para aceptar la nueva diversidad, producto de los movimientos migratorios, que ha convertido nuestras calles en un mapa de mestizajes.

Mientras algo tan intrínseco al ser humano como la identidad ha experimentado cambios tan importantes, la política pocas veces ha logrado ir por delante de la ciudadanía en estas transformaciones (el reconocimiento de los matrimonios entre personas del mismo sexo por el PSOE en 2005 es una honrosa excepción). Es decir, que mientras la gente se ve, se siente y se relaciona de otra manera, el Estado la ha seguido tratando como siempre.

También en el ámbito territorial se han producido terremotos importantes que están trayendo a la actualidad el debate sobre la identidad de los pueblos. La ineficacia de la globalización (que tiende hacia la disolución de las identidades nacionales en favor de las supranacionales) en la gestión de la crisis económica está produciendo reafirmaciones nacionalistas estatales y subestatales que suponen una amenaza para la seguridad, la paz y la consolidación del Estado de bienestar, generando enormes conflictos que tampoco la política ha visto venir.

La derecha sigue apostando por identidades estancas y monolíticas, flexibilizándose solo a regañadientes. La izquierda, en líneas generales, se enfrenta a esto con el pie cambiado. El reto de la nueva política es reconocer identidades múltiples y dúctiles, en consonancia con la nueva realidad social, que permitan a los individuos conocerse y reconocerse a ellos mismos, al tiempo que se garanticen las entidades superiores (familiares, sociales y territoriales) en términos bien distintos a como tradicionalmente las hemos conocido.

* Licenciado en CC de la Información.