Aunque no iniciará su trámite parlamentario hasta febrero, la nueva ley de Convivencia y Ocio de Extremadura aprobada esta misma semana va más allá de lo inicialmente planteado y supondrá, de aprobarse tal y como se ha redactado, un paso más en el cerco al fenómeno del botellón , que en esta comunidad autónoma atrae a unos 35.000 jóvenes durante los fines de semana.

Si analizamos con detalle el texto legal aprobado en el Consejo de Gobierno de la Junta, la prohibición del botellón no se hace tan explícita como en otras comunidades, como puede ser el caso de Madrid, ya que la nueva norma fija que solamente se podrá beber en zonas de uso público si el ayuntamiento correspondiente lo autoriza de forma expresa. Es decir, el botellón , como tal, no tiene por qué quedar prohibido, aunque esa potestad en la aplicación de la ley será ahora doblemente compartida, entre la administración autonómica y las locales. Y, lo que es más importante, este tipo de concentraciones podrán quedar delimitadas físicamente a determinados lugares.

Con respecto a los planteamientos iniciales, cabe destacar que se elimina una idea de difícil aplicación, como fue la de establecer distancias mínimas de zonas habitadas y de viviendas para consumir alcohol. Pero una de las grandes novedades de la norma reside en que se establece una corresponsabilidad con los propios consistorios a la hora de regular este tipo de concentraciones, cuestión que ya ha levantado controversia, en gran medida debido a que las ciudades que más ´sufren´ el botellón están gobernadas por alcaldes del Partido Popular.

De otro lado sin duda, efectivo será, por necesario, establecer licencias especiales para los comercios que vendan bebidas alcohólicas, en un intento por erradicar los chiringuitos que no pasan ningún tipo de control en los entornos de las principales plazas y centros públicos extremeños. No sucede lo mismo con lo que respecta a las gasolineras, al prohibirse expresamente con la nueva norma la venta de alcohol de más de veinte grados en estos establecimientos, sea cual sea la edad del cliente, medida que sin duda invita a la reflexión.

Pero en el aire quedan ahora muchas preguntas y un fenómeno social extendido por todo el país, de difícil erradicación y que siempre conllevará la polémica. ¿Serán solamente el ruido y los residuos la gran preocupación de los alcaldes? ¿Entenderán los padres las dimensiones reales de la situación? ¿Nos olvidamos por un momento de que el botellón es una cosa y el alcoholismo juvenil otra? ¿Comprenderemos alguna vez que nuestros jóvenes, la generación supuestamente mejor preparada, tienen unos hábitos adquiridos en su propio entorno?