Un nuevo orden (o desorden) mundial se está dibujando a ojos vistas y la plasmación más nítida está en el desarrollo de la cumbre del G-7 en Canadá, pero también en la reunión casi simultánea del llamado grupo de Shanghái, el foro de países asiáticos creado por China del que Rusia es miembro, así como en las manifestaciones de amistad entre Xi Xinping y Vladimir Putin. En Canadá se hizo evidente la fractura entre las grandes potencias económicas y EEUU, incluso antes de empezar el encuentro, debido principalmente a la guerra comercial entre aquel país y sus aliados impulsada por Donald Trump en base a su ‘América primero’, pero también por la retirada de Washington del acuerdo de París sobre el cambio climático y por la ruptura del pacto nuclear con Irán. Desacuerdos entre Estados Unidos y los demás países más industrializados -y más ricos- del mundo los ha habido siempre. El papel dominante de aquel país había marcado las relaciones de los distintos foros, ya fueran el G-7, G-8 o G-20, pero todos compartían unos principios que eran su argamasa.

La cumbre del G-7 en el balneario canadiense de La Malbaie ha dejado al menos dos fotos que sirven de metáfora para describir lo que parece haber sucedido dentro. Y decimos «parece» porque el acceso a la prensa ha estado enormemente restringido. Una de ellas es el apretón de manos entre Donald Trump y Emmanuel Macron, tan duro por parte del francés que su pulgar quedó marcado en la manopla entumecida del neoyorkino. La otra muestra a un Trump sentado, escéptico y con los brazos cruzados a un lado de la mesa, mientras el resto de líderes le avasallan de pie como quien quiere convencer a un ateo de la existencia de Dios. Nada indica que lo hayan logrado. La cumbre acabó con un pulso en tablas entre un Estados Unidos aislado y unos aliados dispuestos a plantarle cara. Un reflejo de los tiempos que corren.

Nunca desde la Segunda Guerra Mundial se había producido un desgarro como el de ahora. La petición hecha por Trump de readmitir a Rusia en el foro del que fue expulsada tras la anexión de Crimea fue el punto más vistoso del desencuentro que tuvo el peligroso añadido del apoyo a dicha petición dado por Italia gobernada ahora por una alianza populista y antiestablishment que no esconde su admiración por la Rusia de Putin.