Cuando el presidente Obama anunció, hace unos meses, una utilización enérgica del presupuesto público para poner en marcha programas de estímulo económico para actividades poco atendidas como las infraestructuras, la educación o la sanidad, la reacción inmediata fue la caída de las cotizaciones bursátiles. Los integristas del capitalismo vieron en aquellos planes indicios de socialismo. Cuando ayer el secretario del Tesoro norteamericano, Timothy Geithner, concretó cómo se iban a repartir las ayudas a la banca, por un valor mínimo de otros 500.000 millones de dólares, en un singular programa de colaboración público-privada, los especuladores hicieron subir la bolsa. Es otra contradicción del modelo capitalista.

Obama ya es el presidente al que más se le ha exigido en menos tiempo, prueba de que los poderosos intereses financieros asentados en los aledaños del poder político desde hace décadas, siguen incólumes. Ahora, el nuevo test es el plan de Geithner, cuyo principal objetivo es comprar a la banca sus peores inversiones inmobiliarias para que disponga de dinero fresco para prestarlo a empresas y familias solventes. A esos bancos se les dice que hicieron muy mal y mucho daño prestando a quien no debían, pero que ahora la solución no pasa por su cerrojazo indiscriminado al crédito. Este mensaje es el test previo made in USA a la cumbre del G-20 de Londres.