La Unión Europea decidió ayer que la localidad francesa de Cadarache sea la aspirante europea a acoger el ITER, elección en la que competirá con otras dos sedes candidatas de Japón y Canadá. La localidad de Vandellós, en Tarragona, ha perdido finalmente la carrera por un proyecto que servirá para experimentar si la fusión nuclear es viable como fuente de energía limpia e inagotable.

Se esfuma una posibilidad de muchos miles de puestos de trabajo y una oportunidad para que España se sitúe a la cabeza de una revolución tecnológica de estos nuevos tiempos y recuperase algo del terreno científico perdido.

El Gobierno español había apoyado esta vez seriamente la candidatura de la localidad catalana, pero hemos perdido aunque Tarragona llegue a albergar una sede administrativa de consolación. Y cuesta mucho separar esta derrota de la sensación de que tenemos un peso cada vez más relativo y reducido dentro de la Unión Europea, con menos apoyos sólidos, a causa de la política exterior de José María Aznar.

APUESTA ERRONEA. La decisión estratégica del presidente José María Aznar en la recta final de su mandato ha sido secundar los dictados de Estados Unidos incondicionalmente, alejarse del eje franco-alemán que siempre ha impulsado la construcción europea --y que aporta el grueso del presupuesto comunitario-- e intentar establecer alianzas alternativas. Primero con Gran Bretaña e Italia, ahora con Polonia. Empieza a demostrarse lo profundo del error de cálculo. España paga en varios frentes el precio de haberse desenganchado de la locomotora europea y de fiarlo todo a la benevolencia de Washington, que tiene poco que decir en el espacio europeo donde se juega gran parte de nuestro futuro. Es una mala herencia que dejará Aznar a quien le suceda en la Moncloa.

EL FONDO Y EL TONO. Aznar ha planteado la crucial cumbre de Bruselas, que empezó ayer, con el mismo tono desafiante que utiliza en la política española. Pero allí está en minoría absoluta. La decisión de las grandes potencias de flexibilizar el pacto de estabilidad para reactivar sus economías deja fuera de juego la rigidez de nuestro Gobierno, que hace poco hasta se permitía sermonear con suficiencia a París y Berlín. Por otra parte, el proyecto de Constitución avanza dibujando un reparto del poder que no atiende la exigencia española de mantener el peso sobredimensionado arrancado en el tratado de Niza. Hasta el amigo Silvio Berlusconi reclama ya a Aznar que se apee de sus reclamaciones, en las que nuestro principal sostén es Polonia...

Lo del ITER es un síntoma de que en Europa vamos bastante menos bien de lo que decíamos y necesitábamos.