A medida que la cumbre por el cambio climático de Copenhague va avanzando, cada vez está más claro que lo que está en juego es mucho más que el medioambiente. La crisis medioambiental global subyace en prácticamente todos los problemas que nos afectan, problemas que incluyen la necesidad de crear un modelo económico global que se fundamente en el bien público.

La crisis está directamente relacionada con temas como la seguridad y los conflictos étnicos e internacionales, cada vez más peligrosos; con las grandes migraciones y desplazamientos de gente, algo que ya desestabiliza la política y la economía; también con la creciente pobreza y desigualdad social; con la crisis del agua y la energía, y la escasez de comida.

Salvar el planeta debería ser una tarea compartida por gobiernos, comunidades empresariales y científicas, y la sociedad civil. Cada parte interesada en esta noble causa tiene su papel. El mayor peso de la responsabilidad, sin embargo, recae en los gobiernos y sus instituciones.

Los gobiernos pueden fijar niveles y normas exigentes, indispensables para luchar contra el cambio climático. Solo el Estado es capaz de movilizar los recursos para desplegar tecnologías incisivas. Solo el Estado puede ayudar a los que son más vulnerables al cambio climático.

XLOS REPRESENTANTESx de los gobiernos están reunidos en Copenhague para abrir un nuevo capítulo en la cooperación internacional sobre el cambio climático. Que el arranque sea fuerte y convincente o, por el contrario, débil y decepcionante depende solo de ellos.

La ciencia nos indica que el aumento global de la temperatura debería limitarse a 1 o 2 grados centígrados. Los líderes mundiales suscribieron esta idea en la reunión del G-8 en Italia en julio pasado. Aun con este límite, es probable que haya una gran destrucción, que incluirá la desaparición de la mayoría de los arrecifes de coral.

Pero los pactos políticos acordados por los negociadores implicados en las conversaciones de Copenhague garantizan virtualmente un aumento de temperatura de unos 4 grados, una cifra que se encuadra dentro del ámbito de la catástrofe.

Y esto ¿por qué? Por varias razones, incluida la inercia del modelo económico actual, basado en las ganancias desaforadas y en el exceso de consumo; otra razón es la incapacidad de los dirigentes políticos y empresariales para pensar a largo plazo; y otra, la preocupación de que reducir las emisiones de carbono socavaría el crecimiento económico. Los que abogan por que no haya ningún cambio son precisamente los que acaban abonando esta preocupación.

Tal como LA crisis financiera global ha dejado del todo claro, los esfuerzos por convertir este mundo en un lugar sostenible para las generaciones presentes y futuras no minan nuestra economía. La culpa la tiene algo muy distinto: la des- considerada búsqueda de la ganancia a cualquier precio, una fe ciega en la "invisible mano del mercado" y la falta de acción de los gobiernos. Lo que hace falta es buscar nuevos motores de crecimiento e incentivos al desarrollo económico. La transición a una economía baja en CO2, baja en residuos, creará industrias cualitativamente nuevas y verdes, tecnología y empleo.

Cambiar de la noche a la mañana el modelo económico que ha prevalecido durante medio siglo no sería muy realista. La transición hacia un nuevo modelo exige un cambio de valores.

La economía global debe orientarse hacia el bien público, debe subrayar temas como el medioambiente sostenible, la sanidad, la educación, la cultura, la igualdad de oportunidades y la cohesión social, algo que implica reducir las brechas entre riqueza y pobreza.

La sociedad lo necesita, y no solo como un imperativo moral. La eficacia económica de subrayar el bien público es inmensa, aun cuando los economistas aún no hayan aprendido a medirla.

Necesitamos un gran cambio intelectual si lo que queremos es construir un nuevo modelo económico. Necesitamos también un reajuste moral de la comunidad empresarial. Las empresas y sus primeros ejecutivos tienden a definir sus posiciones sobre temas medioambientales según el resultado a corto plazo o a medio plazo. Los negocios social y medioambientalmente responsables siguen siendo la excepción más que la regla. Se necesita un cambio en la totalidad del sistema impositivo, en las ayudas y en los incentivos.

La sociedad también debe tener un papel más importante. Debe convertirse no solo en parte interesada, sino en una participante plena a la hora de tomar decisiones que modelarán el medioambiente y la economía.

En Copenhague veremos de cerca a los líderes políticos. Más de 60 jefes de Estado pondrán a prueba su capacidad de liderazgo personal. Hemos visto lo fácil que sería fracasar. Las semanas y meses venideros les brindarán la oportunidad de mostrar que verdaderamente son capaces de liderar.