Andamos rememorando aquel mayo francés del 68, por aquello de que se cumplen 50 años de la fecha. Lejos, pero cerca. Una revolución de salón (y chaise lounge), pretendidamente apolítica, que nunca buscó un objetivo claro, sino un desahogo vital. Ni buscó ocupar sillones y pasillos, sino hacer valer otras voces. Quizás esa falta de pretensiones jugó a su favor y parte de sus postulados están hoy asumidos.

El paso del tiempo (y las relecturas interesadas) matizan todo acontecimiento, pero el 68 no fue pensado como un choque izquierdas-derecha, sino como el nacimiento de un nuevo paradigma. Por eso algunos se pueden sorprender ahora de que la gran expansión de la obra de Aleksander Solzhenitsyn viniera de aquellos días. El autor ruso fue, con su Gulag, el que destapó para la opinión pública internacional la verdad (poco) oculta de la represión del comunismo soviético. Sus obras fueron leídas al ritmo que caían telones y se abrían conciencias. En una Europa que despertaba al aperturismo y se libraba de yugos totalitarios, la sordidez cuasi administrativa que relataba sorprendía. El título de una de sus novelas cortas es sinceramente desarmante: Nunca cometemos errores.

No creo que haya algo planificado detrás, pero en los últimos meses el presidente del BCE, Mario Draghi, ha dado un paso público atrás, cediendo protagonismo a Vitor Constâncio, actual vicepresidente. Constâncio, número dos con los dos últimos presidentes, el francés Trichet y el romano Draghi, ha vivido desde la atalaya alemana los años convulsos de la gran crisis financiera El portugués dejará su sillón en junio, tras ocho años en el cargo, y su sucesor será el español Luis de Guindos.

Si nos fijamos, hay dos rasgos que suelen repetirse en aquellos cargos que se saben salientes. De repente, les invade la incorrección política, y súbitamente accedidos por un impulso de sinceridad, disparan sin importar mucho las convicciones que antes defendían. Lo del convento y tal. Pero es que, además, suelen usar esta visibilidad «final» para, cómo no, poner en valor su trabajo. Es humano, al fin y al cabo.

No parece que al portugués le haya gustado que Trichet vaya indicando, en sus entrevistas y conferencias, que una nueva recesión es inevitable y que el problema de deuda, que era la horca que asfixiaba el sistema, es ahora mayor que en 2008. O en 2011, cuando él cesa al frente del BCE.

Así que, sin demasiado reparo, Constâncio se despachó en una conferencia en Malta bajo el sinuoso nombre de Pasado y futuro de la política monetaria del BCE. Que convirtió en pliego de descargo y en un particular j’accuse. Por un lado, dijo que el banco central había actuado audaz y decididamente con las medidas no convencionales, usando su labor de prestamista de último recurso como salvaguarda del sistema financiero europeo. Y que para el mantenimiento o retirada gradual de las mismas no tenía tanta relevancia que el balance del BCE se haya triplicado en los últimos años (es decir, llenado de deuda).

Por otro, hizo algo que sería de agradecer siempre: reconoció los errores cometidos. Y lo hizo con dos concretos: el primero, en 2008, cuando en Europa se subestimó el riesgo financiero de las subprime y no se flexibilizó la política monetaria (él no era parte del BCE…); y segundo, y más grave, en 2011 cuando se subieron los tipos sin haber entrado en fase de recuperación y que provocó una reacción contraria que supuso la cercanía de una ruptura del euro en 2012 por la deuda de los países periféricos (sí, España entre ellos).

No les será difícil imaginar que la primera parte, el lado positivo, pertenece al gobierno de Draghi. Los errores «reconocidos», en cambio, al mandato de Trichet. Un ajuste de cuentas.

En realidad, el portugués reconoce el error para asegurar que es puntual y que nosotros «nunca cometemos errores». Y que la situación que provocó Trichet, «no pasará más».

Es curioso(de nuevo). Porque tiene razón en su análisis de los errores de Trichet. Hay un consenso sobre lo cuestionable de su actitud al frente del BCE, minusvalorando los riesgos al punto de conducir a Europa a un abismo del que salió el «mago» italiano.

Pero, sin embargo, se caen los anteojos respecto a ese corto futuro, que en realidad es presente. No es capaz de valorar los riesgos y se refugia en su propia labor: viene una nueva recesión y el BCE no está reaccionando. ¿Nunca cometemos errores?