Periodista

Visto ahora, el Prestige está en nuestra vida. Come con nosotros, casi está en la sopa. Sabemos que se trata de la mayor catástrofe ecológica de España y que el Gobierno no supo hacerle frente ni, previamente, atinar con el destino del barco. Pero cuando se produjo el naufragio, las cosas eran muy distintas, hasta el punto de que quienes gobiernan intentaron medio tapar el asunto, secundados por medios afines, que después quedaron en evidencia.

Fue en ese clima en el que nació Nunca Máis, una plataforma reivindicativa, que en ningún momento fue ni quiso ser una ONG, ni mucho menos una fundación de ayuda a los marineros. ¿La creó el BNG? No. Pero sí la ayudó a nacer. Antes de constituirse en una sede prestada por el Bloque, se habían producido reuniones de distintas organizaciones en A Coruña, Santiago y la villa de Laxe. La gente estaba indignada, sentía impotencia y el comentario que iba de boca en boca no era otro que "algo tenemos que hacer".

Y lo hicieron. Marineros de varias cofradías, sindicalistas, también políticos y artistas impulsaron Nunca Máis, cuya gran puesta en escena fue la manifestación de Santiago, ya histórica por ser la mayor que se recuerda allí. Aquel día, toda Galicia, menos el PP, fue Nunca Máis. Y el PP no lo fue de milagro, porque hasta el último momento intentó sumarse, a cambio de que no se pidieran dimisiones. Mientras, alcaldes populares, como tantos otros socialistas y nacionalistas, fletaban buses para llenarlos con gente que iba a gritar, bien alto, Nunca Máis.

¿Instrumentaliza el BNG Nunca Máis? No. La plataforma ha superado la capacidad de control que puede ejercer el BNG con sus 5.000 militantes, por muy activos que éstos sean, que lo son. Y hoy están en sus filas todos los partidos, excepto el PP, todos los sindicatos, organizaciones de marineros, artistas, profesionales, empresarios... Un sinfín de gente de la calle, de izquierdas y de derechas, que habla gallego y castellano, y que vota a quien le place. Hasta 200 organizaciones y unos mil artistas integrados en Burla Negra, que tiene vida propia y organiza festivales con los que recauda fondos.

¿Es Nunca Máis nacionalista? No, pero es innegable que sí es profundamente galleguista y que coincide más con la oposición socialista y nacionalista que con Aznar o Fraga, una vez que quienes gobiernan, sembraron el desgobierno. No es una cuestión de izquierdas o de derechas, sino de sentido común. Dicho de otro modo: Nunca Máis es un movimiento conservador, que lucha por conservar el medio ambiente de su país. Paradójicamente, quizá el más genuino movimiento conservador. El escritor coruñés Manuel Rivas es su portavoz más conocido. El hombre que le pone cara y ojos, y hermosas palabras a sus discursos.

Todo cuanto toca Nunca Máis es un éxito de público, que inquieta --y mucho-- al poder, porque en sus actos se suelen pedir dimisiones, y todavía hay gente que debe pero no quiere irse para casa. Por eso el PP y el Gobierno, otra vez auxiliados por ciertos medios de (in) comunicación, han emprendido una burda campaña contra Nunca Máis, donde seguramente también se habrán hecho cosas mal y de manera atropellada, lejos, en cualquier caso, de los monumentales disparates del Gobierno.

Es posible que Nunca Máis sea difícil de interpretar en clave de presente y que se trate más bien de un movimiento de futuro, por delante de los viejos esquemas de vanguardias, sindicatos y partidos. Sus banderas gallegas teñidas de negro están en las ventanas de las casas de media Galicia, el público de Riazor secunda en bloque sus consignas, la gente les aporta dinero --más ahora que antes del ataque mediático lanzado por Madrid-- y en sus actos dan la cara, portando pegatinas, personas como Rosalía Mera, la exmujer de Amancio Ortega, segunda mayor accionista de Zara, medio dueña de Zeltia y una de las principales fortunas de España. Sólo así se pueden explicar la ya histórica manifestación de Santiago, las concentraciones simultáneas de Vigo, A Coruña, Ferrol y Ourense, el funeral por el mar en A Coruña, el apagón de las ciudades, los festivales, las protestas callejeras, las pegadas de carteles... En definitiva, un síntoma de lo que ha cambiado Galicia en poco tiempo. Acaso también la antesala de algo sonado en Madrid, que está por llegar.