Escribo en una suerte de duermevela, tras una semana en la que apenas he dormido. La culpa la tiene O.J. Made in America, magnífico documental de Ezra Edelman que ganó el Oscar 2016 al Mejor Documental Largo.

Largo ha sido (cinco capítulos de más de hora y media), y más si pausas el documental una y otra vez, como hice yo, para consultar en internet información sobre el caso. Un caso que yo había seguido en mi adolescencia, cuando no tenía que criar niños, perros y estrés, y podía ver documentales sin robarme horas de sueño.

Pero ha merecido la pena. O.J. Made in America tiene los elementos de una gran novela. Tiene, para empezar, a un personaje legendario: O.J. Simpson, uno de los grandes futbolistas americanos, un tipo atractivo, saludable y rico, perfectamente integrado en el establishment del mundo blanco. Un hombre que nunca fue negro (más allá del color de su piel) hasta que mató a su exesposa, Nicole Brown, y a un amigo de esta, Ron Goldman. Entonces la baza racial, sabiamente administrada por sus abogados, se convirtió en su tabla de salvación.

O.J. Made in America es la historia de O.J., pero también la de América. La injusticia, el racismo, el abuso de las fuerzas del orden, las emociones desbocadas, la idolatría, el oportunismo... Todo está en este documento sobre la condición humana.

Futbolista, actor, comentarista deportivo... Orenthal James Simpson lo tenía todo: hijos, fama, dinero, una mujer hermosa, simpatía, glamour, carisma, imagen de buena persona... Tenía tantos privilegios, que murió aplastado por ellos.

Ganador dentro y fuera del campo de fútbol, O.J. se libró de la condena que hubiera merecido por cometer dos asesinatos, pero no pudo escaquearse de la justicia poética que dicta sentencias a su libre albedrío.

Obeso y diabético, sigue en la cárcel, sufriendo al personaje de gran novela americana en que se convirtió por creerse un dios intocable.