WEw l discurso de ruptura con el legado político de George Bush pronunciado ayer en El Cairo por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, persigue un doble objetivo: someter a crítica la política de confrontación de la Administración anterior con el orbe musulmán y asociar a este a la estrategia diplomática promovida por la Casa Blanca. La expectación con que se esperaba el mensaje de Obama quizá haya defraudado a los adictos a los grandes artificios, pero las ideas enunciadas por el presidente son algo más que el consabido catálogo de buenas intenciones. En primer lugar, porque ha hecho una alusión concreta a la cooperación de Estados Unidos con el mundo musulmán en la lucha contra el terrorismo global; en segundo lugar, porque ha pedido explícitamente "pasar la página de un ciclo de desconfianza y de discordia"; en última instancia, porque ha reclamado del auditorio un esfuerzo para que luche contra los prejuicios antinorteamericanos.

La retahíla de dosieres que afectan a las relaciones de Estados Unidos con los países musulmanes es tan extensa que era imposible que el presidente se extendiera en la letra menuda de cada uno de ellos, salvo que hubiese leído un ensayo en vez de pronunciar un discurso. Pero la agitación con la que el Gobierno israelí ha recogido la convicción presidencial de que la coexistencia de dos estados es la "única solución" posible para el conflicto palestino-israelí es la prueba más palpable de que el mensaje de El Cairo ha sido algo más que un adorno.

De la misma manera que la referencia a la falta de respeto de los derechos humanos --en especial, los de la mujer-- en las versiones más conservadoras del islam ha apuntado directamente al corazón del conflicto que enfrenta a la tradición política occidental con una parte muy importante de los creyentes mahometanos.

Desde luego, ni las incógnitas que plantea la retirada norteamericana de Irak, ni el caos creciente en Afganistán, ni los riesgos que entraña la prédica apocalíptica de Al Qaeda y sus franquicias tienen remedio con el simple efecto de las palabras. Pero Obama parece haber incorporado a su acervo político la recomendación permanente de los ´think tank´ más realistas, todos los cuales comparten la convicción de que solo la complicidad árabo-musulmana puede estabilizar Oriente Próximo, a pesar incluso de la presión iraní sobre el escenario más voluble del planeta.

De hecho, las reacciones positivas no se han hecho esperar. El discurso del presidente norteamericano ha sido bien acogido entre la mayor parte los musulmanes. Las reticencias de algunos grupos radicales y de los sectores judíos extremistas estaban en el guión.