La gira de Barak Obama por Europa después de transitar por los escenarios más delicados de la política exterior de Estados Unidos, con su fugaz paso por la capital de Irak y por Afganistán, han consagrado al candidato demócrata a la Casa Blanca como el preferido de la opinión pública europea. No solo por la multitudinaria acogida que Obama tuvo en Berlín ni por haber entrado en el palacio del Elíseo de la mano de Nicolás Sarkozy y en Downing Street del brazo de Gordon Brown, sino porque los europeos, cansados de los años de ineficacia presidencial, unilateralismo y errores clamorosos del presidente de Estados Unidos George Bush, esperan del senador demócrata por el estado de Illinois la cuota de reformismo social y respeto por las tradiciones europeas soslayada por los neoconservadores.

Que Barak Obama, caso de ganar la presidencia de Estados Unidos en el próximo mes de noviembre, pueda sintonizar con las esperanzas que muchos europeos han depositado en él, es otro cantar. En primer lugar, porque solo una parte de los intereses estratégicos de Estados Unidos coinciden con los que en la actualidad tienen los países que están en la Unión Europea. Y en segundo término, porque las economías norteamericana y de la Unión Europea son en gran medida unas economías competidoras y no complementarias.

Por último, porque la trama de intereses de toda índole que condicionan las nuevas políticas --como son el caso de la protección del medio ambiente, de la difusión de las tecnologías de vanguardia, de las ayudas al desarrollo, de la inmigración y de otras-- parten de enfoques distintos a un lado y otro del oceáno Atlántico. Norteamericanos y europeos tienen enfoques muy distintos. Visto todo, además, desde la incertidumbre global de una crisis financiera que, lejos de dar visos de solución a medio plazo, está todavía bastante lejos de haber tocado fondo.

Como se ocupan en subrayar estos días los diseñadores de la campaña del candidato y senador John McCain, el contrincante por el partido republicano de Barak Obama, lo que está en juego el próximo mes de noviembre es la presidencia de Estados Unidos, y la campaña y la opinión pública que hay que convencer es la de Estados Unidos. Y en ese punto, no hay forma de saber cómo puede afectar a las aspiraciones de Barak Obama el factor europeo, en especial en aquellas franjas de electorado que están apegadas al aislacionismo, a las tradiciones mesiánicas y a la herencia de los pioneros de la nación y desconfían de los europeos. Obama dispone de un equipo de relaciones públicas a escala planetaria con el que el republicano McCain no puede competir con toda seguridad. Pero la elocuencia del demócrata y sus asesores no es suficiente para ocultar que estos mismos días, en Afganistán, Irak e Israel, el senador por el estado de Illinois ha transmitido mensajes a veces bastante alejados del sentir de la calle europea, aunque los haya envuelto en la promesa de volver al multilateralismo y de respetar el derecho internacional. Una situación lógica porque, finalmente, los europeos no votarán el 4 de noviembre en las elecciones de Estados Unidos.