WLw a nueva estrategia en Afganistán anunciada el viernes por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aspira a hacer frente con garantías a los guerrilleros talibanes y de Al Qaeda y al descenso a los infiernos de los estados fallidos emprendido por Pakistán.

En la práctica, se trata de un único problema, porque no es posible pacificar Afganistán, salvar al régimen instaurado por Estados Unidos y silenciar las armas sin que desaparezca el apoyo ominoso que la insurgencia fundamentalista recibe de los servicios secretos paquistanís (ISI), minados por el islamismo radical desde los días del dictador Zia Ul Haq, hace treinta años.

El mecanismo político-militar promovido por Obama entraña un enorme esfuerzo económico y humano, afectará sin duda a la implicación de los aliados en la pacificación del corazón de Asia y puede agravar las tensiones en el interior de Pakistán, donde el Ejército está lejos de haber encajado con simpatía la vuelta al poder del clan de los Bhuto a través del presidente Asif Alí Zardari. Pero incluso con todos estos inconvenientes sobre la mesa, se antoja harto difícil tomar una senda diferente a la dibujada por Obama porque la seguridad internacional depende en gran medida de contener el desafío fundamentalista y asegurar la viabilidad de Pakistán.

Aun así, no es ni mucho menos seguro que sean mayoría los socios de la OTAN dispuestos a aumentar la partida destinada a apagar el fuego afgano.

En el fragor de la crisis económica en curso, es difícil convencer a la opinión pública de que es preciso comprometerse en un empresa lejana, que no garantiza resultados tangibles, aunque va en ella la seguridad global.

Y aún es más aventurado preparar al auditorio para que asuma los riesgos inherentes a la misión, que debe ser bien distinta a la mera autodefensa a la que en muchos casos se ha reducido hasta la fecha el despliegue de la OTAN en Afganistán.

El empeño del presidente estadounidense Barack Obama en subrayar que su programa para Afganistán "no es para siempre" --incluye en este sentido una vía de salida y es por tiempo limitado-- quiere tranquilizar a la propia opinión pública de su país, harta ya de expediciones militares infructuosas, y a los europeos más renuentes.

Pero la imposibilidad de fijar en el calendario una fecha para la retirada, como ha hecho con Irak, alimenta el temor de muchos de que el pedregal afgano se convierta en cualquier momento en un peligroso laberinto sin salida.