Al ordenar la suspensión durante cuatro meses de los procedimientos judiciales que se siguen en los tribunales de Guantánamo, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha hecho algo más que un gesto simbólico en su propósito de acabar con el limbo legal abierto en el 2002 por la Administración Bush. Con esta iniciativa ha fijado un plazo para encontrar una solución a un problema que daña gravemente --quizás como ninguna otra cuestión-- la imagen del país, incomoda a la mayoría de los aliados y degrada el respeto por el derecho internacional. Porque, al detener los procesos, fuerza a los expertos a dar con una alternativa que asegure el final de la vergüenza de Guantánamo y la neutralidad de las actuaciones de acuerdo con la tradición jurídica del país y el compromiso con la defensa de los derechos humanos del nuevo fiscal general, Eric Holder.

A pesar de ese impulso, los obstáculos que deberá vencer la Administración entrante para terminar con este problema no son pocos. El primero será discernir si, incluso en el caso de los detenidos confesos, es posible la celebración de juicios con todas las garantías o, por el contrario, las causas están viciadas de origen y no cabe seguir la instrucción a partir del punto en el que ahora se encuentran. El segundo obstáculo será determinar qué tratamiento judicial se da a los sumarios de aquellos de los que se tienen sospechas más que fundamentadas de que han formado parte de tramas terroristas, aunque no han confesado ningún delito. En los demás casos --que son la mayoría--, Obama necesitará establecer una red de complicidades con un número no pequeño de países respetuosos con los derechos humanos para que acojan a los detenidos sin poner en riesgo su seguridad interior; existen precedentes, pero se precisará voluntad política para sumarse a ellos.

Pero los aspectos legales de la primera decisión de gran calado del flamante presidente no pueden frustrar el fin perseguido: restablecer el respeto por el principio de legalidad y el derecho internacional, concretado en el caso de los detenidos de Guantánamo en la aplicación de las convenciones de Ginebra. Es indispensable e ineludible que sea así para que el nuevo estilo en las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo se traduzca en un cambio inequívoco y en la dirección que nunca se debió de abandonar. Y de forma particular con el orbe musulmán, al que se refirió de forma expresa en la escalinata del Capitolio de Washington. Porque la influencia del fundamentalismo es cada vez mayor en la calle musulmana y cerrar las celdas de Guantánamo es uno de los desafíos que ha de afrontar Obama para contrarrestarlo y taponar, de este modo, una coartada para los que desde ese mundo justifican un ataque a los Estados Unidos.