La aprobación de la reforma sanitaria en la Cámara de Representantes reúne todos los requisitos de un triunfo personal de Barack Obama, pero es bastante menos que una victoria definitiva. La exigua mayoría lograda en la Cámara baja (220 a 215), donde 39 demócratas votaron en contra y solo un republicano lo hizo a favor, no hace más que adelantar las dificultades con las que se topará la Casa Blanca para lograr que el Senado apruebe la nueva norma en lo que queda de año. Salvo que antes de que se abra el debate tenga asegurada la mayoría cualificada (60 escaños), Obama se expone a ser víctima del filibusterismo parlamentario y a ver su reforma bloqueada. La última dificultad surgida es la oposición de los senadores demócratas más progresistas a limitar el uso de fondos públicos para financiar el aborto, una enmienda de última hora introducida en la Cámara de Representantes para que el proyecto prosperase. Se da así la circunstancia de que los senadores más liberales pueden verse ante el dilema de oponerse a la ley, y aplazar sine die la creación de una sanidad pública, o apoyarla, aun disintiendo de su contenido. Una situación con la que no contaban los impulsores de la reforma, incluido Obama. Lo cierto es que el reloj corre contra los propósitos del presidente, y el comportamiento de los votantes independientes, también. En noviembre del próximo año se celebrarán elecciones legislativas y los demócratas temen que, como sucedió el día 3 en unas elecciones parciales, los votantes no adscritos, que apoyaron a Obama, se decanten esta vez por el conservadurismo republicano.