Nos estamos incorporando al tren de los países en los que la obesidad es consecuencia de los execrables hábitos alimenticios que estamos adquiriendo; la obesidad es un mal que nos acecha, la dieta mediterránea, --fuente de salud--, con su trinomio, aceite de oliva, legumbres y fruta está perdiendo la partida ante el fast food y la comida basura. Pero lo que debería inquietarnos y hacer saltar todas las alarmas es que nuestros niños y jóvenes sean consumidores habituales y compulsivos de hamburguesas, pizzas, bollería, bolsas de patatas fritas y similares. Es indignante que en las cafeterías de los institutos y colegios públicos haya una diversidad tal de productos de bollería que no hace sino catalizar esa inminente obesidad. ¿Tanto les cuesta a los padres preparar a sus vástagos un sanwich de jamón y queso, o un bocadillo de tortilla francesa, acompañado por una manzana y un zumo, que encima ya vienen preparados en tetra-brick? Parece que sí, pues soy testigo de cómo al menos la mitad de los niños que compran en el bar del instituto donde trabajo una palmera o una caña rellena de inmundo chocolate. Si queremos tener una juventud sana y lozana empecemos por suprimir en los centros escolares tal porquería que no hace más que empoñozarlos. Si no traen el bocadillo, que ayunen, que mal no les va a venir. Y los que regentan las cafeterías, que por favor oferten productos que no contribuyan a esa obesidad infantil. Es inconcebible que en una enseñanza de calidad donde uno de los objetivos transversales son los hábitos en la alimentación, los profesores tengamos que asistir inermes al espectáculo de ver a nuestros chicos atiborrándose a productos insanos porque en el mismo centro se los están ofertando. Velemos por la salud de nuestros niños, por favor.

Juan C. López Santiago **

Jaraíz de la Vera