Contrariamente a lo que muchos, creyentes y no creyentes, puedan pensar, ser cristiano no consiste en comulgar con ruedas de molino . En ocasiones puede parecer que consiste solo en obedecer a una autoridad a la que uno se somete voluntariamente, anulando su voluntad y su sentido crítico. Sin embargo, la objeción de conciencia pertenece a lo más nuclear de la tradición judeocristiana. Conceptos como sujeto, persona, dignidad, liberación e historia difícilmente existirían sin las aportaciones de la tradición judeocristiana a la cultura europea. Junto a este potencial crítico y liberador del mensaje cristiano, encontramos que en muchas ocasiones la misma Iglesia ha traicionado ese mensaje, condenando como modernismo muchos avances hacia una emergencia del ser humano como sujeto libre y co-creador de la historia. Esta ambigüedad impide una descalificación o una exaltación absoluta del papel del cristianismo y de la Iglesia en la historia de la humanidad. No se trata de optar por tanto, entre clericalismo o lo contrario, pues hay razones y sinrazones para ambas posturas.

XDEFENDER LAx objeción de conciencia en una sociedad moderna supone reconocer el papel de la autonomía de la conciencia moral frente a la ley (la humana, pero qué hay respecto a lo que llaman ley divina ¿aquí no cabe objeción de conciencia?). Según ello también la iglesia debería reconocer el derecho a disentir en cuestiones morales, e incluso a situarse fuera de la doctrina oficial siendo parte de ella, siempre que lo haga desde una honestidad profunda y desde la lectura del magisterio de la Iglesia, pese a mucho que se empeñen en lo contrario algunos sectores de la jerarquía eclesiástica. Porque efectivamente, reconocer el derecho a la objeción de conciencia implica reconocer la autonomía moral de las personas, y dejar de castigar a aquellos que han hecho de su vida una objeción de conciencia a todo lo que esclaviza, degrada y amenaza la dignidad humana. Porque claro, no se puede defender la objeción de conciencia y luego, cuando a esta iglesia no le gusta, perseguir a aquellos que en virtud de la autonomía moral de su conciencia hacen lo que tienen que hacer y dicen lo que tienen que decir (como Leonardo Boff, Jon Sobrino, Tamayo, Castillo , etcétera).

Desde esta perspectiva, la Iglesia puede ser coherente cuando invoca el derecho a la objeción de conciencia, pero siempre y cuando lo invoque también frente a las instituciones, colectivos o personas que apoyan sistemas políticos y económicos, realizan acciones y propugnan ideologías que pisotean la vida o la dignidad humana. Por eso cabe preguntarse si cuando hace unos meses la iglesia pidió el boicot de los cristianos a Amnistía Internacional (AI) por su apoyo a la despenalización del aborto (lo pedía para los casos de peligro para la vida de la mujer, violación e incesto) cabía también esa objeción de conciencia frente a ella. Porque la objeción de conciencia llama a lo más íntimo y nuclear de nuestra experiencia ética o moral. El discernimiento de la conciencia ética/moral autónoma y por extensión a la libertad del individuo. Una libertad que en muchas ocasiones la Iglesia más bien se ha encargado de coartar en lugar de hacerse realmente liberadora.

Por tanto la propuesta de una objeción de conciencia exclusivamente frente a la asignatura de Educación para la Ciudadanía se presenta como una mezcla de exageración extremista y maniqueísmo moral (conmigo o contra mí) que lleva a pensar que lo que se quiere defender realmente es el monopolio de la formación de las conciencias. Mucho más útil y más evangélico que pelearse por ostentar ese poder, es ver qué puede aportar el cristianismo y la Iglesia a una ética civil de mínimos que permita un consenso ético básico para la convivencia, en una sociedad pluralista donde cada persona parece tener sus propios valores. La Iglesia es coherente instando a los cristianos a que vayan más allá y profundicen en el seguimiento del Evangelio (un seguimiento que podría llevarles a mirar de otro modo a su jerarquía), pero lo que no puede es imponer a los no creyentes una ética exclusivamente teológica que sólo puede ser aceptada desde la autonomía de la conciencia. Apostar de verdad por esos mínimos éticos es uno de los mejores servicios que la Iglesia puede hacer a la sociedad y al mundo. La Iglesia no puede, una vez más, llegar tarde a otra oportuna cita con la historia. Y ya van muchas.

*También firma el artículo José Eduardo Muñoz Negro, que como Jesús Sebastián Damas es de la Asociación Cultural Karl Rahner