En esta película de Raoul Walsh de 1945, se cuenta la historia de unos soldados que durante la Segunda Guerra Mundial sufrieron muchas dificultades para ser rescatados y su ansia por sobrevivir en Birmania, la actual Myanmar, como le ocurre a la población birmana por los efectos devastadores del ciclón Nargis. Como en el film, sienten el paso de los días, humedad, miseria, epidemias, carencias y muerte y la esperanza en una ayuda bloqueada por la egoísta Junta Militar que gobierna el país. Película y realidad se asemejan en el sufrimiento colectivo, en la lucha por la vida en un mundo hostil con todo en contra aunque en este caso los enemigos no son los japoneses sino las fuerzas de la Naturaleza primero y sus propios gobernantes después, en momentos igualmente críticos, con infinito sufrimiento sin alimentos ni rumbo. ¿Qué pasará por la cabeza de esos gobernantes que ocultan a la población la magnitud de esta tragedia, falsean datos y los privan de recibir la ayuda humanitaria que tanto países de la Unión Europea, como Canadá, Estados Unidos, Japón, Argentina y otros, les brindan?

Sus gobernantes militares se niegan a que entren alimentos, medicinas y cobijo para el millón y medio de personas que padecen amenaza de epidemias y carecen de lo más básico para sobrevivir. Admiten la ayuda a cuentagotas. Y todo por el recelo que muestran estos dictadores, el miedo de que entren extranjeros en su país y cuenten lo que ven. Están resentidos por las represalias de EEUU y temen alguna intervención exterior. Estos monstruos, en el poder desde 1962, confiscan los cargamentos de ayuda que envía la ONU, rechazan la ayuda de las ONGs, se aferran a su control de la situación y no sólo pasan del sufrimiento de su pueblo, con un millón de desaparecidos, sino que se permiten convocar un referéndum para su perpetuidad en el poder. Y se atreven a hablar de democracia. Están sordos y ciegos ante tanto dolor y sufrimiento, su actitud es irracional.

Es un flagrante atropello contra los derechos humanos.