Filólogo

Dulce Chacón fue una mujer defensora de la libertad, la igualdad, la dignidad de la mujer y activista contra la violencia de género. Este equipamiento vital es ahora utilizado por algún que otro mezquino para decidir que la suya es una obra con festones extraliterarios.

Hace tiempo que las indagaciones biográficas fueron bajadas de las pesquisas de las fuentes, pues en nada contribuyen a una dilucidación efectiva de la obra literaria. El yo que genera la obra, decía Proust, es un yo diferente del que manifiesta el escritor en su vida social, en sus hábitos y en sus vicios, por lo cual la acusación se revela incapaz.

La creación literaria es una reinvención continua a través del sabio juego combinatorio del lenguaje verbal, es esencialmente un ente absoluto e intemporal y nada tienen que ver con los gestos, acciones y prácticas de la vida cotidiana. El acto de creación es independiente de la vida, aventuras e incidentes biográficos, y éstos pueden, a lo más, contribuir, estimular o incitar a una obra, pero nunca será la fuente de la cual mana.

Hay, pues, que decir con urgencia: primero, que el análisis es torticero y perverso; segundo, que Dulce no buscó nunca salvar a nadie, más que a su torrente de vida interior y literario para bienaventuranza nuestra, a través de una materia literaria próxima, la de su tierra, de una argamasa de engarce, la memoria, y de una hebra histórica, la nuestra, y que ésas, nada menos, son sus legítimas armas. Con frecuencia se pretende rebajar la excelencia de ciertas obras por quienes quieren convencerse a sí mismos y a los demás que escribir consiste en defender ante todo soflamas, pero ya sabemos que éstas son gentes sin talento, rencorosos, incapaces de perdonar la perfección de la obra cabal y el consenso sobre ella, como acontece, exactamente, con la de nuestra muy amada dama de las letras extremeñas, Dulce.