Vivimos en una sociedad polarizada en dos ideas que nos han ido obsesionando poco a poco.

La primera es el culto al cuerpo con todo lo que ello supone de sacrificio para conseguir la belleza corporal y un aire juvenil. No se trata de cuidar la salud, cosa necesaria y conveniente y que solemos hacer cuando empezamos a verle las orejas al lobo. No, esto tiene un matiz peculiar que es el deseo de estar en forma, porque creemos que el éxito está en un físico atrayente y joven. La segunda idea que nos domina es el miedo a ciertos productos que nuestro cuerpo produce y que son necesarios para su buen funcionamiento. El ejemplo más típico es el colesterol, detrás de él le siguen como enemigos del ser humano, la grasa de todo tipo y las calorías. ¡Qué lucha sostenemos por conseguir el peso conveniente!

Y es verdad que hay que cuidarse, pero creo que estamos cayendo en una trampa: la que nos tienden las grandes empresas de alimentación sana y esa industria de las hierbas naturales que en el fondo lo que buscan es el negocio, y lo encuentran, claro. Estoy cansada de que nos bombardeen a todas horas con yogures que nos facilitan el tránsito intestinal, frase cursi donde las haya si se saca de su contexto médico, serio y responsable. Y me cansan actores famosos que solo piensan en ir al cuarto de baño fácil y cómodamente. Estamos llegando al extremo que el chorizo y demás productos similares los vemos más dañinos que el arsénico y el cianuro. Los potajes, las cazuelas, las berzas y cocidos con su pringá se van arrinconando en nuestras mesas porque les tenemos miedo. Vivimos pendientes del número de calorías que consumimos y buscando lo mejor dejamos atrás lo bueno de la vida.

Piedad Sánchez de la Fuente **

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