El consumo abusivo de bebidas alcohólicas representa, y ha representado siempre, uno de los problemas más graves de la sociedad española, independientemente de si el que lo realiza es joven o mayor, de si consume en el entorno de la algarabía callejera, o en lo más oscuro y lóbrego de una cueva. Este tipo de adicción tiene unas consecuencias que afectan negativamente a las relaciones familiares, laborales y sociales, es por tanto una práctica que debería evitarse.

A pesar de ello, en la cultura mediterránea no existe celebración que no invite a este tipo de festejo, ya sea en fiestas populares, en reuniones de negocio o con motivo de un simple y casual encuentro. El beber se identifica con el pasárselo bien, con el merecimiento y con el triunfo; por eso, esta práctica ha ido calando en la sociedad hasta instalarse en ella como una costumbre de incuestionable prestigio; se realiza en presencia de niños y adolescentes sin ningún tipo de miramiento, no importando la influencia negativa que pueda ejercer sobre ellos; razón por la cual, cuando el joven se ve en posesión de autonomía suficiente, intentará emular y perpetuar estos comportamientos. Este hecho, unido a la falta de recursos económicos, a la carencia de alternativas de ocio promovidas desde los poderes públicos, y a las escasas campañas informativas y preventivas, forma un extraño cóctel de consecuencias irreversibles, y lo que comienza con alcohol suele degenerar en el consumo de otro tipo de sustancias. No existe pero forma de superar los problemas y los conflictos interiores, que engancharse al rollo etílico, no sólo no se curan los males del alma, sino que se desencadenan otros todavía peores.

El abuso de alcohol, la degradación de los espacios públicos, los desperfectos sobre el mobiliario urbano y la contaminación acústica ejercida contra el vecindario, constituyen un atentado contra los derechos fundamentales de los demás. De lo que se trata es de hacer compatible el ocio de unos, con el respeto al descanso de los demás; para ello es preciso habilitar espacios capaces de poner en armonía estas dos variables.

Huyendo de la consideración del espacio público como de monopolio, del beber de una manera compulsiva por el hecho de resultar más barato, del no recapacitar sobre las irreparables consecuencias que este tipo de adicciones provoca sobre quienes las realizan.

Esta moda de hace unas semanas de batir récords reuniendo a personas con el solo propósito de consumir alcohol, demuestra una insensatez impropia de generaciones formadas en un clima de libertad, de autocrítica y de responsabilidad, dejando en evidencia muchas de nuestras íntimas convicciones, pues constituye un manifiesto fracaso de una educación basada en el principio de la tolerancia y del respeto.

Diversos fueron los tipos de respuestas que produjeron a raíz de los macrobotellones, unos le concedieron la consideración de un salpullido que se cura con el tiempo; se cometió la torpeza de equipararlo con un movimiento cultural, otro opinan que este tipo de actos se consienten con el solo propósito de tener distraida a la juventud, alejada de planteamientos fundamentales de índole laboral, salarial o educativa; temas que comienzan a movilizar a la juventud de otros países, donde no están dispuestos a seguir dejándose engañar y prefieren sentar unas bases sólidas de cara al futuro. No falta quien opina, que este tipo de actos se tolera, porque quienes los realizan son potenciales votantes a los que no conviene enfadar; otros piensan que más que de una reivindicación de la juventud, se trata simplemente de un desafío, un reto más contra la norma establecida, una transgresión de ciertos límites, una burla.

Resulta insólito, que existiendo una regulación específica referida al consumo de alcohol en lugares públicos, se consienta esta dejación por parte de quienes tienen la responsabilidad de hacer cumplir la ley; unos miran hacia otro lado como quien no va con ellos la cosa, o bajan la guardia incapaces de enfrentarse abiertamente al problema, por falta de medios o de voluntad política; o contemporizan, como quienes, incapaces de vencer a su enemigo se alían con él, y disfrazan el botellón con el ridículo traje de una verbena populista, finalmente también existen aquellos que emplean con contundencia el principio de autoridad. Esta variedad de respuesta ante un mismo fenómeno, evidencia las contradicciones de esta sociedad, quedando a las claras que el botellón es el reflejo de otra controversia más.

Gran parte de las medidas antibotellón se tomarán desde los propios ayuntamientos, según se desprende de la reunión mantenida por la ministra de Sanidad con los responsables de la Federación de Municipios.

Es en las grandes ciudades donde interactúan junto al botellón, una serie de elementos perturbadores que van más allá de lo puramente lúdico, como son una subcultura formada por bandas de violentos, delincuentes comunes, alborotadores antisistema, en fin, una fauna que enrarece y caldea aún más el ambiente hasta hacerlo irrespirable.

El civismo es la única respuesta posible que la juventud pude y debe dar ante este tipo de convocatorias.

*Escritor