El odio a la fe está herrado a fuego en los sectores (sectarios) más radicalizados de la izquierda. Odio a la fe y, empleando lenguaje de género, a la fea. La fea es la asignatura de Religión. Esa que les revuelve el azufre y les alienta la amargura. Odio que les lleva a querer hurgar en el cerebro de los demás hasta desterrar toda profesión pública de fe.

La Junta, por ejemplo. Erre que erre y, como la burra, de vuelta al trigo. Otra vez, una vez más, recortando libertades. Vamos a decirlo claro por si alguno, más que por odio, militara por ignorancia entre los liberticidas. Que nuestros hijos puedan formarse de acuerdo con las convicciones religiosas y morales de sus padres no es un privilegio, es un derecho. Al menos mientras esté vigente esta Constitución y lo esté su artículo 27.3. Punto pelota. Tenemos de nuestra parte la Constitución, la Ley Orgánica de Educación y, ahora también, la jurisprudencia del Supremo. En sus dos recientes sentencias, el Tribunal Supremo, de su propio caletre, o sabiamente iluminado por las argumentaciones del letrado Don Francisco Lamoneda, ha vuelto a desautorizar a la Junta de Extremadura, como ya hizo en su día el Tribunal Superior de Justica. Mezquindad supina es ufanarse en negarlo. El Supremo no entra en cuántas han de ser las horas, le basta con que sean las adecuadas. Sépase bien.

Y la Junta, su Consejería de Educación al menos, obra de mala fe. Digo mala fe porque no puedo atribuirlo solo a la ignorancia. Cuando la Junta recorta drásticamente las horas de Religión lo hace a sabiendas y con desprecio de las leyes, de las sentencias dadas y de la razón. Lo hace a las bravas, sin abrir un tiempo de diálogo. Sabe que está pendiente un tercer recurso y resopla. Es más, lo hace atropellando los derechos de los padres (en concreto, del 81 por ciento de ellos, en datos de la propia consejería) y de un grupo de humildes trabajadores. Y, de paso, se condena a más pleitos.

Y hablando de trabajadores, dos palabras sobre los supuestos sindicatos de clase, esos que dicen defender a los trabajadores y mienten cuando lo dicen. Al menos no a todos. CCOO, PIDE y UGT destapan sus desvergüenzas cuando se desentienden de esta gente. Les pueden los resabios de siempre. Pisotear los derechos de los profesores no turba en absoluto su cara de mármol. Es lo que hay. Y es bueno saberlo. Ideología, al fin y al cabo, pero ideología totalitaria. En términos clásicos, «odium fidei».

El odio a la fe generalmente se disfraza de cordura y tolerancia; los laicistas, lo mismo los nacionalsocialistas que los marxistas, parecen acaparar toda racionalidad frente a los excesos de la fe. Y conviene levantar la voz para negarlo. Nuestra civilización, la que ilumina el mundo presente, la que nos ha hecho más libres, la que nos ha coronado de derechos, hunde sus raíces en el pensamiento cristiano. Los católicos no somos ni menos tolerantes, ni menos racionales que nadie. Y desde luego, en general, lo somos bastante más que esta patulea. Dicho queda.

Termino. La fe, como la inspiración literaria, es, al menos en mi caso, estrella fugacísima. Creer o no creer,… ¡qué sé yo! Pero quisiera creer y quisiera que hubiera libertad para creer. Y libertad para que los padres dieran a sus hijos la formación más acorde con sus convicciones. El Estado hará muy bien en enseñar a los estudiantes valores constitucionales, pero nadie debería olvidar que antes de la Constitución está el hombre, repleto de libertades y dignidades íntimas que nunca deben despreciarse, haya o no haya constituciones. Odio es una palabra feísima, la fe solo es fe, pero, por el contrario, es una palabra muy bella. No a todos nos es dada la fe, cierto es, tan cierto como que, tristemente, muchos viven instalados en el odio.