Para Carmina, mi madre

Ninguna de las tres hermanas aprendimos a coser en aquellas siestas interminables del verano, cuando te empeñabas en mantenernos en silencio para que no despertásemos a papá aunque nosotras, tontas, como siempre, estallábamos en risas rodeadas de retales, patrones y trozos de lanas.

Tejíamos bufandas interminables que perdían puntos enseguida, mientras tú, con una facilidad pasmosa, rematabas, subías un bajo o tejías los gorros y bufandas que llevaron nuestros niños. Hasta hace poco enhebrabas la aguja sin ponerte gafas, a la primera. Ninguno heredamos tus oficios de madre, pero nunca te enfadaste por ello.

Decías que teníamos otras habilidades, sobre todo me lo decías a mí, que resulté ser la más torpe. Los demás hacían croquetas, practicaban recetas de cocina, planchaban con la meticulosidad que tú hubieras aprobado. Yo, no. Sabes hacer otras cosas, me decías. Y guardabas orgullosa los recortes en que aparecían mis cuentos, mis columnas, una a una, en una carpeta de goma de tus tiempos de maestra.

Guardabas todo lo que tenía que ver con mis hermanos, presumías de nosotros, nunca nos echaste en cara que no te ayudáramos lo suficiente. Porque cosías, cocinabas, pero también trabajabas fuera, enseñando a niños que hoy te recuerdan con cariño, sembrando la vocación no solo en nosotros sino en muchos de nuestros amigos. Nos enseñaste a ver el mundo con la mirada feliz de tus ojos verdes, siempre alegres.

No perdías la sonrisa, te sorprendía todo, todo lo nuestro lo celebrabas con la alegría de aquella niña que abandonó Madrid en el último tren los primeros días de la guerra.

Te encantaba leer, contar historias, reunirnos a todos y sentirnos felices a tu lado. Nos enseñaste tantas y tantas cosas que es difícil escribirlas.

De los cinco, yo fui la más inútil. Sabes hacer otras cosas, decías. Pero ahora que ya no estás, extiendo las palabras, y no existen patrones ni ojales ni manga ranglan ni soy capaz de enhebrar una columna que te haga justicia.

Tu máquina de coser ahora es un objeto inútil, como los recortes que guardabas, como yo, que ni siquiera sé cómo agradecerte que nos enseñaras a ver lo bueno de la vida a través de tus ojos, de tus caricias, de esa risa feliz y contagiosa que no volveré a escuchar nunca, pero que nos acompañará siempre.