Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Decenas de miles de hectáreas han ardido en la Península Ibérica y aunque la situación pueda considerarse controlada, no por ello está concluida. Portugal lleva claramente la peor parte, tanto por el elevado número de víctimas humanas que los incendios se han cobrado, como por las cuantiosas pérdidas materiales. Y si no mediase tanto muerto, ganas darían de reírse por el reproche de la OTAN a Portugal ante el súbito ataque de celos por haber recurrido a ella después de llamar a las puertas de la UE. En cualquier caso, muy mal la ineficacia de la UE ante situaciones como la creada por los incendios en Portugal. Respecto a la OTAN, alianza que uno no sabe muy bien para qué sirve, para una vez que podía haber apagado un incendio y no encenderlo, se debería haber apuntado el tanto.

También los españoles estamos sufriendo el triste azote del fuego en nuestros bosques, catalanes, castellanos y sobre todo extremeños, víctimas en gran parte de los incendios portugueses. Con muchas pérdidas materiales habidas y también humanas tras los cinco muertos en Cataluña. En todo caso la reflexión se impone, y mejor una reflexión serena y fría, en la que tomen parte quienes tengan conocimientos probados en la materia. Materia por cierto muy compleja, por lo que resulta básica la colaboración de los científicos con autoridad. La explicitación y comprensión de los distintos intereses que convergen o divergen en la explotación de un monte, no es tampoco cuestión sencilla.

Hay incendios que pueden considerarse naturales, no sólo porque sea la propia naturaleza quien los provoca, sino por existir un conjunto de plantas, las pirofitas, que sus semillas necesitan del fuego para reproducirse en condiciones naturales. Pero esta reflexión no nos debe llevar a considerar como algo natural los incendios forestales. En condiciones muy desfavorables de extrema sequedad y elevadas temperaturas como las que vivimos desde hace dos semanas, los incendios naturales no pasarán del 20%, y en condiciones naturales, del 3 o 4%.

La fragilidad frente al fuego de las especies con las que se repuebla es otra de las causas aducidas en la proliferación de incendios forestales, y aun siendo esencialmente cierta, hay que contar que la inmensa mayoría de nuestros bosques no son estrictamente naturales, son fruto del hombre y de la intervención del hombre necesitan. Y tanto en términos económicos como botánicos, el realismo se impone. Sobre conceptos, como vegetación autóctona o vegetación potencial, se hace con más frecuencia de la deseable mucha teología, bastante lírica y poca ciencia.

Los bosques no están solos para ser contemplados, que también, sino para dar vida a unas complejas actividades económicas, que a la vez que generan riqueza y trabajo, son esenciales para la propia supervivencia del mismo. Un bosque necesita una actividad ganadera, para controlar pastos, matorrales y mantener la fertilidad del suelo. En un bosque se necesita una amplia distribución de colmenas para favorecer la conservación y enriquecimiento de su flora. La madera es el aprovechamiento por antonomasia del bosque, a pesar de las bruscas variaciones de su precio en el mercado; el tratamiento de los aclareos, la salida de las leñas, la programación de podas y talas, son factores económicos y sociales de gran repercusión en las poblaciones donde su ubican los bosques. La caza, es otro factor muy complejo a tener en cuenta, máxime cuando los precios de un puesto de caza se disparan y surgen tendencias contradictorias entre partidarios de bosque abierto y bosque cerrado.

Hay demasiada soledad en nuestros bosques. La actividad racional en los mismos seguro que mejora su salud a corto, medio y largo plazo.