Extremadura siempre ha sido tierra de emigración. Lo fue ya en la época de la Conquista (qué fueron los conquistadores, sino extremeños que partieron a una tierra que ofrecía muchas más oportunidades), lo fue en las décadas del franquismo en que Extremadura perdió medio millón de habitantes que no ha vuelto a recuperar, y lo es ahora, con una diferencia: si antes era una emigración en su mayoría de campesinos que se iban a ser obreros en Vizcaya, Barcelona o Alemania (qué bien le venía al régimen que se fueran), ahora nueve de cada diez son titulados universitarios que no encuentran aquí salidas laborales.
Aunque apenas se habla de ello, Estados Unidos es uno de los países que más emigrantes españoles recibe. Personas que irán formando una identidad mixta, con sentimientos ambiguos de nostalgia y frustración por ver cómo la vuelta se vuelve imposible y no les queda otra que integrarse en un país tan distinto como los USA.
Estos días anda por S-pain (como ella dice, haciendo un juego de palabras) y por Extremadura, Azahara Palomeque (Badajoz, 1986), quien después de cursar estudios de Periodismo, marchó con 23 años a hacer un máster en Texas y luego el doctorado en Princeton (ahí trabaja Germán Labrador, uno de los estudiosos más brillantes de la cultura española, para el que no hubo lugar en la universidad de su país), donde fue escribiendo American poems (2015), un primer libro dominado por una parte por los temas de la distancia o el recuerdo a la familia y su tierra natal, como en el poema ‘Olivo’ situado «en la frontera entre el sueño y mi paisaje»; por otra, por los escenarios a priori impersonales de aeropuertos y de aviones donde la viajera se duerme «al arrullo de la voz de un piloto / que se parece a mi padre». A medida que avanza el libro se va haciendo propio el paisaje del otoño en Princeton, como en ‘Días sin ver la luz’, donde en su soledad del campus «los muertos vienen a posarme flores». El frío omnipresente en esa ‘Ciudad del silencio’ cuyos ruidos amortigua la nieve va favoreciendo la formación de una identidad distinta, culminada en la última parte del libro, titulada ‘No es tanta la tragedia’ y donde esta ‘Quijote con faldas’ como se define ella, acepta desafiante, en declaraciones de claros ecos cernudianos, su destino de emigrante.
Su siguiente y hasta la fecha último poemario, En la ceniza blanca de las encías (2017), muestra una evolución hacia una poesía menos contenida, más descontrolada y con otros referentes, como el Dámaso Alonso de Hijos de la ira (muy claro en su poema dedicado a Filadelfia, donde reside actualmente) o el Aullido del norteamericano Allen Ginsberg. En el libro de Palomeque, dedicado a su madre, subyace un dolorido diálogo con ésta (alguna de la mejor poesía reciente escrita por mujeres está llena de estos diálogos entre madres e hijas a las que duele su separación, como en Migraciones, de la mexicana Gloria Gervitz), que culmina en el memorable monólogo que cierra el libro y que toma como motivo una foto que como una bala va directa al corazón: «Esa foto / contiene la bala, tiesa / en el cuarto de las despedidas, mi madre, monstruosa falta / de voz, y yo un ser / aún pequeño y mutilado». Y sin embargo es un dolor necesario («Tiémblame esa foto / dámela a beber como leche») para la cordura y la precaria estabilidad emocional de la emigrante.