TEtl descubrimiento de que el tesoro filatélico de la ONU, su gran colección de emisiones postales propias, incluidas rarezas valiosísimas y bocetos de grandes artistas, acabó en poder de Afinsa, una de las dos empresas involucradas en el presunto timo de la estampilla, desvela la magnitud del saqueo de los bienes comunes, públicos, patrimonio de la humanidad en este caso, en beneficio de unos pocos tan bien situados como carentes de escrúpulos. Ni el actual desprestigio de las Naciones Unidas consigue disminuir el asombro que produce esa exacción de lo que nunca podría ser enajenado si la globalización no se hubiera inventado precisamente para ampliar a todo el orbe el radio de acción de los expoliadores.

Pero si eso ocurre en el seno de la ONU, que los funcionarios encargados de la custodia del patrimonio de la humanidad se lo apropian y lo entregan a cualquier perista multinacional, de campanillas, ¿qué no estará sucediendo en la mayoría de los países que la componen? En España, cuando menos, empezamos a saber lo que está pasando gracias a una fiscalía que parece resuelta a cumplir con la función que la sociedad le encomienda, esto es, perseguir el delito y velar por el estricto cumplimiento de la ley. El robo de los recursos públicos, que existen gracias al esfuerzo, al sudor y a las aspiraciones de los trabajadores que cotizan y pagan sus impuestos, no así de tantos ricos que se las arreglan para acaparar subvenciones y para que la declaración de la renta les salga negativa, se revela de nuevo como miserablemente generalizado. La banda que esquilmó Marbella no es, al parecer, la única que andaba butroneando la alcancía de la gente. ¿Y el Ayuntamiento de Orihuela? ¿Y la Diputación de Lugo? ¿Y los secos andurriales de Terra Mítica? De la ONU para abajo, qué chungo.

*Periodista