WEw l presidente francés, Nicolas Sarkozy, se está destapando como un hombre de una gran audacia y ha lanzado una auténtica opa hostil contra el Partido Socialista francés (PS). Así cabe interpretar las operaciones que han concluido con el fichaje de figuras que han cambiado de bando y con atractivas ofertas a otras a las que ha atraído con la tentación de colaborar en la inaplazable reforma del Estado. Sarkozy está actuando con verdadera habilidad en su política de apertura al dirigir, por una parte, sus cantos de sirena a dirigentes que se encontraban incómodos en el PS y al utilizar, por otra, las inmensas prerrogativas del poder presidencial que le confiere un sistema político como el francés para ceder una pequeña parte a representantes del principal partido rival.

Cabe dentro de la lógica que desde el punto de vista de Sarkozy, solo encuentre ventajas en la política de apertura que está llevando a cabo. Porque desmiente el sectarismo y el despotismo que le ha perseguido siempre como uno de sus peores sambenitos, y rompe definitivamente, además, con la política de clan de su antecesor, Jacques Chirac, que ni siquiera tras ser reelegido en el 2002 con un 80% de los votos se atrevió a abrirse a la izquierda que también le votó.

Y para rematar la enumeración de ventajas consigue una cobertura ideológica para sostener las reformas y el refuerzo del presidencialismo.

Sin embargo, y a pesar de la sorpresa que ha significado su apertura después de años de inmovilismo Sarkozy no inventa nada: imita al gran patriarca de la Francia moderna, a Charles De Gaulle, citándolo, y practica el bonapartismo, sin citar a Napoleón. Un bonapartismo mezcla de autoritarismo y apertura, de reformismo y populismo. El único problema para Sarkozy son las resistencias que empiezan a notarse en la derecha, particularmente de quienes esperaban prebendas que, para su asombro, van a parar a los nuevos fichajes socialistas. En el debate político de la República proliferan las ironías, como la de los que dicen que ahora hay que ser socialista para tener cargo, pero la sangre no llegará al río.

Como en toda opa, el éxito depende también de la respuesta del adversario. Y en este sentido el Partido Socialista se está equivocando gravemente. No es lo mismo entrar en el Gobierno, como han hecho Bernard Kouchner o el tránsfuga Eric Besson, que elaborar un informe, como Hubert Védrine, o formar parte de una comisión, como Jack Lang. Y el PS está tratando prácticamente por igual a todos los que han osado colaborar con Sarkozy, sin distinguir los niveles de la traición y comportándose como si fuera un cónyuge despechado ante la infidelidad de su pareja. Este cierre de filas sin concesiones no hará sino agravar la crisis del partido, en el que algunos jóvenes cuadros se empiezan a movilizar para impedir que la refundación la protagonice la actual dirección, que ha optado por retrasar los cambios. Otro error que puede encender la mecha de la explosión del partido.