WLwas promesas del primer ministro israelí, Ariel Sharon, y del presidente de la Autoridad Palestina, Abú Mazen, de que habrá un cese total de hostilidades deben ser acogidas con toda clase de cautelas. Pero no cabe duda de que reflejan la nueva atmósfera que se respira tras la muerte de Arafat y la elección de un sucesor abiertamente favorable a la desmilitarización de la Intifada. Ambas partes están cansadas tras más de cuatro años de violencia ciega y represalias sangrientas, con 4.320 muertos (3.350 palestinos y 970 israelís). El visto bueno de Israel a Abú Mazen, la entrada de los laboristas en el Gobierno israelí, la decisión de los extremistas palestinos de aceptar "un periodo de calma" y el consejo de EEUU a Sharon de asumir decisiones dolorosas han creado una nueva oportunidad para la paz. Sharon hace frente al desafío sedicioso de los colonos y Abú Mazen corre una arriesgada prueba contra el reloj. Pero por primera vez en mucho tiempo se han reunido sin que los norteamericanos se sienten en la misma mesa fijando hasta el último de los detalles. El fin de la violencia no es la paz, desde luego, pero sí el requisito imprescindible para adoptar las medidas políticas que puedan alcanzarla.