El presidente Zapatero no es el único dirigente occidental que tiene serios problemas para ejercer el liderazgo político nacional que su cargo debería conferirle. Los escándalos de corrupción y el fracaso de su mensaje reformador tienen a Nicolás Sarkozy contra las cuerdas. Los analistas alemanes creen que Angela Merkel tiene solo algunos meses para evitar la caída de su gobierno de coalición e, incluso, la suya misma. Silvio Berlusconi está asediado por toda suerte de amenazas, entre ellas la de que se rompa el entramado político que lo sostiene. Un sondeo del Washington Post concluye que el 60% de los norteamericanos no confía en que Barack Obama sea capaz de tomar las decisiones que el país necesita.

Aparte de que no se puede esperar mucho de una Europa liderada por gente tan atribulada y de que cada una de esas situaciones está marcada por la peripecia política local, hay elementos comunes en ese panorama. Uno es la pérdida de credibilidad de los ciudadanos en sus gobernantes. Porque la crisis económica ha mostrado la poca consistencia de unos dirigentes que matiz arriba, matiz abajo, hasta hace poco estaban subyugados por los éxitos del neoliberalismo, llámesele como se quiera, y ahora tienen que gestionar la salida del desastre que éste ha provocado.

Otra coincidencia, y ésta no tiene viso alguno de solución, es que en todas partes se ha deteriorado ese pilar fundamental del sistema democrático que es la confianza. Sociólogos franceses, alemanes, británicos e italianos insisten en que la gente cree cada vez menos en políticos, en expertos, en las instituciones, en que los ciudadanos ya no saben en quién confiar. Pero volviendo a la lista de dirigentes occidentales en dificultades, hay que decir que quien peor lo tiene es Zapatero. Porque los problemas económicos españoles son más profundos que los de los países citados. Porque en ninguno de ellos se plantea hoy por hoy una cuestión tan difícil como la catalana. Y porque ni Sarkozy, ni Merkel, ni Berlusconi, tienen frente a ellos a una oposición que se haya hecho tan claramente con la mano de la partida como aquí.