Estamos acostumbrados a que después de unas elecciones todos los partidos queden como queden sean los vencedores. Unos porque las han ganado; otros porque no habiendo triunfado tienen más votos que antaño; otros porque con poquísimos sufragios se convierten en partidos bisagra necesarios para la gobernabilidad; otros porque, siendo de nueva creación, consideran un éxito sin precedentes --evidentemente-- sacar diputado y medio; otros porque habiéndolo intentado pero no habiendo podido concurrir por imperativo legal se apropian los votos de la abstención autoproclamándose la voz del pueblo mudo --y violento diría yo--, y así suma y sigue. Incluso los que han recibido una solemne paliza electoral, aún reconociéndola entre dientes proclaman que les queda mucho que decir y que su proyecto sigue en pie. También estamos hechos los sufridos padres, madres y profesores a esos alumnos, por lo general estudiantes díscolos aunque buena gente, algo inconscientes debido a la edad, a quienes estudien lo que estudien, es decir poco, siempre les va bien el examen. Incluso cuando se les enseña plagado de errores, tachaduras o faltas de ortografía siguen considerando que pese a todo podían haber aprobado. El señor Ruiz Gallardón es un político de raza, ambicioso, inteligente y capaz. Como tal hace muy bien en mantener el optimismo e intentar explicarnos que una "calidad variada", la de Madrid, es superior a la "muy alta" de Tokio o Río o a la "alta" de Chicago. Pero no es un chico díscolo ni inconsciente sino adulto muy trabajador. El proyecto madrileño no es un examen mediocre sino "altamente compacto" y el entusiasmo popular inconmensurable. Dinero, haberlo, haylo, mas el problema es la descoordinación entre las partes implicadas y la duda sobre nuestra legislación antidopaje corroe a los evaluadores. Coordínense las partes y solvéntese las dudas, aunque ahora la duda es nuestra. Manténgase la corazonada hasta octubre. El alcalde sostiene que la ilusión de Madrid 2016 ha salido fortalecida en el informe del COI. El sabrá por qué.