Profesor

Dicen los que lo han visitado, que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Y aunque no tengo la fortuna de haber hecho nunca tan extraordinaria excursión, estoy absolutamente convencido de ello. Los años me bastan para aceptarlo. Sin salir del ámbito de la educación, en el que me desenvuelvo profesionalmente, puedo encontrar ejemplos sin tino de cómo decisiones que se toman con la mejor voluntad, pero sin el debido sosiego, pueden conducir a fracasos estrepitosos que empeoran las cosas hasta estados acaso irreversibles.

Soy un apasionado de los ordenadores. Desde hace más de 20 años, en época de los maravillosos ZX-81, los vengo utilizando a diario para múltiples usos. No me imagino mi actividad diaria, no sólo profesional, sino particular, sin la ayuda inestimable de tan formidables máquinas. La informática no sólo ha simplificado las tareas repetitivas hasta extremos inimaginables hace apenas nada, sino que nos ha abierto unas posibilidades creativas como nunca pudimos soñar.

Y sin embargo... Sin embargo, ni el mejor procesador de textos podría escribir El Quijote , ni el más maravilloso de los programas de diseño gráfico podría pintar Las Meninas . Los ordenadores son nuestros sirvientes, no nuestros cerebros. Nuestros escolares podrán beneficiarse de las posibilidades que estas tecnologías ponen a su alcance, pero antes tendrán que aprender a leer, tendrán que saber escribir. Tendrán que aprender a ser ciudadanos críticos en una sociedad abierta y democrática.

Y en ello pienso al reflexionar sobre el hecho de que en estos días están siendo distribuidos en los institutos extremeños decenas de miles de ordenadores, hasta hacer rebosar las aulas de teclados, monitores, ratones y demás parafernalia. Sólo en el instituto en el que trabajo vamos a recibir ¡800! ordenadores. Han leído ustedes bien: 800. Si quieren que les diga la verdad, no sé dónde los van a poner. Pero, en fin, aceptemos que el propósito de tan caudalosa lluvia de máquinas es encomiable. Lo que sucede es que los profesores, que somos los que día a día, de verdad, no elaborando teorías pedagógicas en los despachos, sabemos cómo andan las cosas y cuáles son las necesidades más perentorias de nuestros alumnos, nos preguntamos qué uso va a tener tantísimo ordenador. Nos preguntamos si se ha experimentado en forma debida, si se ha formado adecuadamente al profesorado, si se ha pensado lo suficiente en la función que va a asignárseles a estas herramientas, como para que quede justificado el elevadísimo dispendio que van a suponer. Porque si no es así, y esa es la sensación que muchos de nosotros compartimos, todo pudiera quedar en una muestra más de esa actitud de nuevo rico que a veces apreciamos en nuestros gobernantes. En una nueva versión de la historia de ese paleto que, tras hacerse millonario con la lotería, al preguntarle el vendedor de coches qué modelo quería, respondió: El mejor que haiga .