Historiador

Ahora que los centros de enseñanza secundaria de Extremadura se están llenando de ordenadores (uno por cada dos alumnos, más los del personal docente y los de servicios administrativos), me vienen a la memoria los bancos corridos de mi niñez, en las escuelas sórdidas del pueblo, con el queso y la leche en polvo de los americanos.

Hemos pasado de aquella sociedad errante, que asistió a una terrible estampida migratoria dejando despoblado nuestro territorio regional y sin apenas niños nuestras aulas de pizarrín y tintero, a esta otra, asentada, creciente, y de centros escolares con todo tipo de instalaciones y ordenadores al servicio del alumnado como ninguna otra comunidad del país.

Nos coge, a los profesores de la enseñanza reglada, un poco por sorpresa y con la inquietud de una preparación insuficiente para las nuevas tecnologías.

Pero debemos encararlo como los cirujanos acostumbrados a tirar de bisturí las nuevas técnicas de mínima invasión; como a los arquitectos hechos a la escuadra y cartabón los últimos recursos de la informática a la hora de confeccionar los planos actuales; como al agricultor de carro, arado de vertedera y mulas, los tractores actuales, de aire acondicionado y procesador de datos para el uso de aparejos de labranza.

Los ordenadores en los centros escolares son un nuevo, útil, eficaz instrumento de ayuda en la presentación atrayente de las materias de enseñanza, y son un recurso a dominar en sí para nuestra presente --y más-- futura vida cotidiana.

Debemos, por tanto, sentirnos orgullosos de ser pioneros en esta innovación educativa que contribuye a sacar a Extremadura de la cola en el ranking de la modernidad, en lugar de encerrarnos en la concha de la cómoda monotonía de lluvias tras los cristales como diría Antonio Machado desde aquellos memorables versos escolares.