WEw l azar quiso que al día siguiente de que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, diera garantías de que no recurrirá al proteccionismo, se conocieran varios indicadores españoles que inducen a pensar que si no ha empezado la recuperación económica, sí se ha estabilizado la crisis. Parece que los brotes verdes son algo más que una ilusión óptica de políticos y economistas con tendencia al optimismo, aunque quede lejos el día en que sus efectos se dejarán sentir en la economía real, incluso en Estados Unidos, donde las señales de reactivación se esperan para antes de que finalice el año. El descenso de los impagados en junio, la corrección a la baja del precio de la vivienda en julio y la cercanía del Ibex-35 a los 11.000 puntos --en marzo se situó por debajo de los 7.000-- son datos para abrigar esperanzas. Haría falta que los agentes sociales volvieran a la mesa de negociación y se dejaran de maximalismos para que cundiera la sensación de que lo peor ha pasado, la creación de empleo es posible y no se vulnera el marco general de garantías que ordena el mercado de trabajo.

De lo contrario, se corre el riesgo de que quedemos rezagados en la superación de la crisis, que en España ha tenido efectos especialmente devastadores a causa del estallido de la burbuja inmobiliaria. Y, a todos los efectos, el ritmo lo marca la economía de Estados Unidos, que sigue siendo la potencia irremplazable, incluso dando por cierto que el fiasco financiero tuvo su origen allí, porque es de allí de donde han salido los primeros mensajes moderadamente optimistas después de que el Tesoro pusiera en marcha un plan de estímulos sin precedentes. En este sentido, resulta perturbadora la perspectiva de un otoño caliente que empantane los síntomas de mejora detectados. Tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo calculan que el efecto del saneamiento financiero se notará en la economía de las familias con un retraso de entre uno y dos años. En el supuesto, claro está, de que se den las condiciones de mercado suficientes para que ello sea posible. En caso contrario, la salida será más lenta y trabajosa.

De momento, ahí están los temores de que a la vuelta de las vacaciones, consumidos los efectos positivos del empleo estacional y del plan de Zapatero para el estímulo de la economía, el paro repunte. Y, en esta situación, la peor perspectiva es no disponer de un acuerdo social de mínimos que, cuando la bonanza sea evidente, permita sacarle el máximo partido para salir de la recesión.