Quizás, sólo quizás, algunos políticos, nuevos, viejos o contemporáneos olvidan deliberadamente unos y por ignorancia otros, que fuimos los españoles, ni alemanes, ni venezolanos, ni rusos, ni americanos, bueno éstos últimos sí, pero los iberoamericanos, no los del águila, barrras y estrellas, los que sentamos las bases de la revolución política moderna en España, Europa e Iberoamérica, algo sorprendente cuando escucho cómo algún político señala como ejemplo algún país iberoamericano, ignorando que la política social, la del pueblo, la de la división de poderes, la del paso de súbdito al ciudadano, la de los derechos para todos, la de unión política para el pueblo y por el pueblo, fue nuestra y exportada, no de otros e importada.

Como alguno ha imaginado, me refiero a la Pepa, la Constitución aprobada en 1812. Ésta fue la primera Carta Magna liberal de España y Europa y una de las más avanzadas de su tiempo. Supuso el fin del antiguo régimen absolutista y el inicio del estado liberal contemporáneo. En 384 artículos se estableció entre otros, que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley, la libertad de imprenta, la educación obligatoria y gratuita, etcétera. También es cierto que no era modélica ni igualitaria entre hombres y mujeres y tenía muchas sombras para el ciudadano del siglo XXI, pero hay que entender que empezaba el siglo XIX. Pero además de la relevancia de los derechos que otorgaba a todos los ciudadanos, hubo un hecho mucho más significativo y digno de ejemplo en nuestros días: el consenso de liberales y absolutistas. Diputados venidos de toda España y América, con ideas dispares, contextos diferentes, incluso rivales irreconciliables, tuvieron que trabajar juntos y redactar un texto común para salir de la situación que vivía el pueblo y el país, por el bien del pueblo y del país.

Situación pareja, salvando las diferencias, vivimos durante la transición, pero fuimos capaces, cuando queremos, podemos.

Quizás, sólo quizás, algunos políticos olvidan el sentir del cargo que ocupan, que no es gobernar por encima de todas las cosas sin el respaldo mayoritario de los ciudadanos, que no es el bien del partido que representan, que no es paralizar la vida de un país por intereses políticos, que no es destruir por desgastar.

Aquellos políticos sabían que hay momentos donde se debe construir entre todos para todos, precisamente por el pueblo y para el pueblo, después llegará la hora de las urnas y los intereses, pero mientras tanto, un político sirve al pueblo, el viejo o el nuevo.