La última propuesta para la creación de un Estado palestino, presentada el martes por el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, al presidente Mahmud Abás obedece más a las prisas del proponente por neutralizar su mala imagen --está incurso en una investigación por corrupción y dejará el Gobierno el mes próximo-- que a las novedades contenidas en el plan diseñado, tan parecido a los anteriores. Que la aplicación de este dependa de que Abás recupere el control sobre la franja de Gaza, gobernada por Hamás, y que se soslaye toda referencia al estatus de Jerusalén es suficiente para pensar que, a pesar del envoltorio, nada ha cambiado para hacer realidad el deseo occidental de cerrar el año con un acuerdo palestino-israelí.

Más parece que la larga crisis se ha convertido en el expediente preferido de políticos empeñados en pasar a la historia con un logro que compense sus errores o debilidades.

Este fue el caso de Bill Clinton en julio del 2000, cuando intentó durante dos semanas alumbrar un acuerdo en Camp David; el de George Bush al convocar la conferencia de Annápolis, en noviembre del año pasado, y ahora el de Olmert. En todos los casos, el sistema de equilibrios en el seno del Gobierno y las organizaciones palestinas apenas se ha tenido en cuenta.

De hecho, los palestinos consideran inaceptable la propuesta israelí de que el futuro estado palestino incluya Gaza y el 93% de Cisjordania y postergar el asunto de Jerusalén. Incluso Nabil Abu Rudeina, portavoz del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás, aseguró que la oferta "es inaceptable porque contradice la legitimidad palestina, árabe e internacional".

Los palestinos parecen tener claro que solo aceptarán un Estado sin interrupciones territoriales y libre de asentamientos judíos, basado en las fronteras anteriores a la Guerra de los Seis Días de 1967, en la que Israel ocupó Cisjordania y Gaza.

Según la propuesta, el Estado Judío se quedaría con los grandes bloques de asentamientos de Maale Adumim, Gush Etzion y Ariel --en los que residen unas 70.000 personas-- y con las colonias en Jerusalén Este. A cambio, cedería de su territorio el equivalente a un 5% en el desierto del Neguev, y compensaría el 2% restante conectando la franja de Gaza con Cisjordania.

Sin entrar en asuntos de detalle, basta preguntarse por la viabilidad política de una Cisjordania con el 7% del territorio bajo soberanía y control israelís para concluir que nada nuevo luce bajo el sol. Considerarlo factible es tanto como suponer que los palestinos son capaces de aceptar, contra toda lógica y antecedente histórico, que una autoridad extranjera mediatice su soberanía. Algo francamente improbable.