Al principio, cuando comenzó a soltar lava y cenizas, nadie se atrevía a decir su impronunciable nombre. Y menos después de haberlo escuchado en la voz de los islandeses, pero, como su presencia se extendió de forma tan perturbadora por los cielos europeos, había que llamarlo de alguna manera, y lo adaptamos a nuestras capacidades fonéticas amputándole varias sílabas, y lo dejamos en Eyjafjalla. Diciendo Eijafalla , la mayoría, o Eijajalla , los menos. El tráfico aéreo se paralizó en Europa y esta parálisis tuvo efectos y repercusiones en todas las partes del mundo. Miles de europeos quedaron atrapados en los aeropuertos de Singapur, Cancún, Miami o El Cairo. Los aeropuertos de Londres, París, Estocolmo o Bruselas parecían campos de refugiados repentinos donde unos improvisaban el modo de huir de esas ratoneras, y otros mataban el tiempo jugando a cartas o buscando encuentros novedosos e interesantes.

Los milenaristas empezaron a profetizar, en plan apocalipsis, y escribieron que era una de las señales que precedían a la llegada del fin del mundo, anunciada para el 2012. Los analistas de la posmodernidad lo vieron como una fragilidad de nuestra civilización, y todos constatamos la evidencia de que las grandes autovías que enlazan la Tierra están en los cielos. Y que cuando se cortan los caminos celestes, la Tierra se paraliza. Ahora, mientras las compañías aéreas, los operadores turísticos y sus diversos alrededores hacen balance de las pérdidas, otros tratan de rentabilizar la caótica perturbación, provocada por la respiración del Eyjafjalla, al romper la columna vertebral de la globalización aérea, sin causar un solo muerto.

XLOS OTROS QUEx tratan de rentabilizar esos días inciertos son editores avispados, agentes en busca de escritores y gentes del cine. Recorren las redes sociales de internet, Facebook o Twiter, buscando bellas historias humanas, de cualquier tipo, derivadas de los efectos del volcán. Están convencidos de que de ahí pueden salir interesantes historias, con amplio recorrido desde la comedia hasta el drama. A lo largo del último año hemos escuchado a sesudos economistas decir que la crisis que padecemos puede ofrecer grandes oportunidades de negocio. Hay gente con instinto para convertir en oro las circunstancias más adversas. En este caso, convertir en oro las llamas lejanas del volcán islandés y la expansión de sus omnipresentes cenizas. Eso hizo la empresa de telecomunicaciones islandesa Mila que, con cuatro cámaras estratégicamente colocadas, nos ofreció y está ofreciendo en vivo y en directo la tumultuosa y encendida vida del Eyjafjalla. De hecho, el arriesgado equipo de Desafío Extremo , dirigido por Jesús Calleja , logró desde un helicóptero temerario unas increíbles imágenes de las virulentas entrañas del volcán en plena ebullición. Ahora, he visto que los editores no buscan el reportaje, sino una historia novelada de los aconteceres reales o inventados, que tengan como escenario de fondo el volcán.

Los volcanes han producido mucha y, a veces, buena literatura y excelente cine. El más literario y cinematográfico de los volcanes ha sido y sigue siendo el Vesubio con su azarosa e inquietante vida que tuvo un momento culminante en la trágica erupción del año 79, cuando sepultó Pompeya y Herculano. Arrollado por la lava murió Plinio el Viejo , y fue Plinio el Joven quien le contó en dos bellísimas cartas al historiador Tácito las circunstancias de la muerte de su padre y la minuciosa descripción del fuego, las columnas de humo y los torrentes de lava que seguían bajando por el monte. El joven Plinio contempló tan insólito espectáculo desde un monte relativamente cercano. Después, vino Los últimos días de Pompeya , la célebre novela de Bulwer Lytton, escrita con la estética del romanticismo. Sobre el texto de Lytton se hicieron varias películas de ambiente péplum.

El más brutal de los volcanes de la época histórica fue el de Tambora, que se agitó en 1815 en la pequeña isla indonesia de Sumbawa, sumando más de 80.000 muertos y una interminable cola de desastres. Un siglo más tarde se supo que el frío, las lluvias, la destrucción de cosechas y la muerte de animales que padeció Centroeuropa el verano del año siguiente, 1816, fueron causados por los restos de las cenizas que flotaban entre las nubes del continente.

Las cenizas del Tambora tuvieron una influencia decisiva, sin ellos saberlo, en los cuadros de algunos grandes pintores en ese año. El ejemplo más clásico y evidente es el del paisajista inglés William Turner . Las imágenes surrealistas del singular cromatismo de sus atardeceres reflejaron la calima fosforescente, debida a las partículas de cristales y aerosoles de sulfitos soltados por el lejano Tambora.

Con estos y otros muchos precedentes, parece lógico que ahora las editoriales traten de sacar provecho de la narración de las aventuras o desventuras humanas que acontecieron o se soñaron en las interminables esperas. Amores que nacieron y amores que murieron. Desamores. Será una buena cosecha sembrada bajo las cenicientas nubes del Eyjafjalla.