Conquistar un territorio y no asumir la responsabilidad de mantener el orden vulnera todas las normas internacionales sobre la guerra. Esa es la nueva ilegalidad, tan dramática como las anteriores, que comete EEUU en Irak. Las ciudades del país viven horas de caos y auténtica barbarie colectiva ante la indiferencia y pasividad absolutas de las tropas norteamericanas, que, en cambio, sí hacen guardia y vigilan para que nadie dañe los pozos y refinerías petroleras.

No son unos desórdenes aislados. Los periodistas y la TV dan fe de pillajes sistemáticos contra edificios públicos, establecimientos y viviendas privadas. Han sido arrasadas las bibliotecas, asaltados los bancos, desvalijadas las tiendas. Hay hospitales en los que han tirado al suelo a los heridos para llevárseles las camas. Y quienes ofrecen la menor resistencia son agredidos... Los soldados de Bush miran y dejan hacer. Quizá hacen pagar así el débil entusiasmo con que fueron recibidos como libertadores. El hecho es que su conducta hará que haya mucho más que reconstruir...

Los culpables directos son los iraquís convertidos en fieras, claro. Pero la responsabilidad política de los generales de EEUU en este nuevo crimen de guerra es innegable.