Sólo cuando bebamos en el río del silencio encontraremos la verdad de lo que nos rodea y escucharemos a los que no tienen voz reclamando la atención, cada mañana, a través de titulares de periódicos como: "Padre mata hijos y esposa", "Niños deambulan por las calles faltos de educación y alimento", "Temporeros no tienen donde alojarse", "Muertos en Irak"... He viajado por países pobres y ricos y he visto a muchos tendidos en las esquinas, unos mutilados de manos y ciegos, otros hechos una criba de llagas y heridas incurables, mostrando precisamente las partes que, por estar llenas de podredumbre, más debieran cubrir. Ante este espectáculo sería inhumanidad extrema, por mi parte, el callarlo. Vemos la vida y lo que en ella vive entre brumas sin entender las lágrimas del otro , sus tristezas, sus iras, su inconformidad, sus miedos, y sin escuchar todas aquellas murmuraciones que evidencian tantas mentiras e hipocresías. Sin embargo, esas lágrimas que vierten nuestros amigos atribulados son más puras que las carcajadas de los que tratan de olvidar, y más dulce que el sarcasmo de los que los desprecian. Son lágrimas que limpian el corazón. La insensatez, que es uno de los males incurables, impide ver cara a cara la realidad. La vida es una isla en un océano de soledad; una isla cuyos macizos de roca son esperanza, cuyos árboles son sueños, cuyas flores soledad, y cuyos arroyuelos voces que claman. ¡No más caminantes desencantados recorriendo sedientos las sendas amargas de la vida!