Hacía un frío caníbal de 15 grados bajo cero, mientras una cola de pacientes moscovitas aguardaba la vez frente a una roulotte convertida en improvisado comercio. Los clientes acudían en su mayoría provistos de tarros de cristal para llevarse a casa la tortilla cruda: los huevos descascarillados --habían llegado rotos de algún koljós aún por privatizar-- eran mucho más baratos que los enteros. Cuando el frío remitía y el deshielo embarraba las calles menos céntricas, grupos de personas rebuscaban entre las pilas de fruta podrida junto a los mercados. No se trataba de pordioseros, ni de vagabundos, ni de borrachos sin techo; eran gentes normales que querían hacerse con algún pequeño milagro de la primavera a la salida del trabajo. Escenas como estas eran habituales en los años 90. En Moscú, en Bucarest, en Sofía.

Hace 20 años que cayó el Muro y Europa lo ha celebrado, como debe ser, con fastos y fuegos de artificio. Sin embargo, la satisfacción porque las desolladuras comiencen a encarnarse no debería hacernos olvidar la hoguera de las pérdidas: el gran cambio se escribió sobre las costillas de millones de personas; la privatización y la redistribución de la riqueza de las economías del Este solo benefició a las viejas élites comunistas (los mismos rottweilers con distintos collares), y la apisonadora triunfante de los tiempos devoró por el camino las escasas bondades tras las que aquellos regímenes abominables se escudaban: prestaciones sociales, sanidad, cierto sentido de la justicia universal, cultura accesible. Según un informe del Banco Mundial, en Europa del Este y en el territorio de la antigua Unión Soviética hay 145 millones de pobres; es decir, 10 veces más que hace 20 años.

El expresidente Vaclav Havel , uno de los artífices de la revolución de terciopelo de 1989, pedía el miércoles en el Parlamento Europeo "paciencia y comprensión" hacia los países de la órbita soviética. Y razón no le faltaba al gran europeísta checo. Después de todo, ellos, los países del Este, han hecho de la paciencia bandera a lo largo de su convulsa historia.