La paz es el bien supremo de la convivencia. ¿De qué sirve la abundancia de bienes, si no hay sosiego interior para saborearlos? Todos deseamos gustar los frutos de la paz. Paz es la que reivindica la mujer cuando exige ser reconocido sus derechos y deberes en la sociedad en el Día Internacional de la Mujer. Es también la que exige el niño, el emigrante, el anciano y el enfermo cuando reclaman sus derechos. La paz no es una simple ausencia de guerra, el resultado del solo equilibrio de las fuerzas o el desarme del enemigo, sino una consecuencia de la justicia.

Paz es concordia, reconciliación. No es la mera ausencia de luchas ni el reposo en el desorden; ni cualquier clase de orden; ni la tranquilidad que nace del endurecimiento de posturas; ni un pacifismo que olvida los derechos y deberes. La paz que anhelamos vendrá como consecuencia de la victoria sobre el egoísmo y los intereses particulares y nos traerá el disfrute de un orden establecido sobre la justicia, el amor, la solidaridad, la conquista de nosotros mismos y el desarrollo. La paz a la que me refiero no está impuesta por la fuerza, sino por un espíritu de libertad. Pacificadores son los que se emplean activamente en establecer o restablecer la paz allí donde los hombres están en discordia o divididos entre ellos. Aquellos hombres que sin intereses personales, se colocan en medio de las partes en litigio y buscan establecer la paz. Lo dramático es que el hombre parece valorarla cuando la pierde o la siente amenazada.