Historiador

En España, tristemente, la cultura del pacto no está firmemente arraigada. Se producen así continuos vaivenes en la opinión pública de nuestros líderes políticos que, tan pronto dicen que hay que dejar gobernar a la lista más votada, como apuntan a la legitimidad de intereses comunes a la hora de producirse acuerdos entre fuerzas presuntamente afines.

Todo ello sin olvidar los antecedentes, es decir, el recelo o la falta de confianza con la que algunos miran las uniones de hecho (que no de derecho, pues se trata de mantener la autonomía propia) entre agrupaciones que libremente deciden ir coaligadas a una elección.

Tampoco podemos obviar los pactos internos que facilitan salidas o destinos cómodos para todos. En síntesis, si las búsquedas de consensos han sido una característica común en todo buen gobernante ¿quién puede quejarse amargamente de que los partidos intenten llegar a acuerdos?

Desde la izquierda socialista, y como he leído a algún analista, estamos viviendo un proceso de transición fruto de la experiencia de una nueva dirección federal. El paradigma podría estar en los gobiernos de Felipe González, pura simbiosis o equilibrio entre gestión y capacidad política, que lograron una gran identificación entre la ciudadanía, no exenta de eventuales tensiones.

En las elecciones del 25 de mayo se ha producido lo que se denomina "el efecto gobierno", es decir, esa franja de indecisos que en el momento postrero se han decantado por no promover cambios, pero que, a mi juicio, no ven con malos ojos el desencadenamiento de algunos ajustes en el equipo rector.

Por su parte, Zapatero tiene ante sí el reto del acercamiento del centro a la izquierda, una vez demostrado, y Extremadura en ese sentido es todo un síntoma, que su electorado fiel está donde indican sus siglas. Por tanto, parece poco aventurado el deslizamiento hacia otros sectores del espectro, como propugnan ciertos dirigentes, sino que la táctica más acertada sería conseguir la movilidad del resto desmitificando el tópico peyorativo de radicalidad con el que la derecha ha tratado de confundir a los votantes.