Los pactos, a pesar de que suelen tener mala prensa, se han convertido en un instrumento habitual de nuestro quehacer político, y son los que determinan en muchas ocasiones el resultado del proceso electoral. Más de 1.500 alcaldías en toda España se dirimen gracias a ellos, por lo que no deben estar sometidos a un proceso de degradante sospecha, ya que se trata de un mecanismo reconocido legítimamente en nuestra Constitución, toda vez que son los vecinos quienes eligen a los concejales, y éstos se encargan de designar al alcalde. Si se hubiera pretendido subsanar la imperfección de este sistema, los dos partidos mayoritarios han tenido la oportunidad de hacerlo modificando la ley electoral cuando han ejercido responsabilidades de gobierno, pudiendo decantarse por diversas alternativas, como que gobierne la lista más votada, a la cual se le otorgaría el 50% más uno de los concejales, o promoviendo una segunda vuelta electoral en los municipios carentes de la mayoría absoluta. Esto favorecería una más eficiente gobernabilidad, aunque fuera en detrimento de una menor representatividad; pero el pluralismo es consecuencia del deseo inequívoco de la voluntad popular, quien otorga con su voto la facultad de que gobiernen varios grupos minoritarios unidos; proporcionando transparencia al proceso, ya que el pluralismo es el reflejo de las diferentes pulsiones de una sociedad que, por imperativo legal, renuncia a la posibilidad de las listas abiertas y a la elección directa de candidatos, pero que no está dispuesta a asumir ninguna otra limitación como el sometimiento ante un irrefrenable y generalizado proceso bipartidista.

Lo que aparentemente es un contrasentido es que un partido minoritario pueda, con un escaso porcentaje de votos, tener la llave de la gobernabilidad de una determinada población y poder otorgar la alcaldía a su antojo o conveniencia, como ocurre en Cáceres, en Plasencia y en 63 municipios más de nuestra comunidad. Esta circunstancia confiere a estos partidos bisagras un poder omnímodo, por encima del que en realidad les otorgó el electorado, que pudiera conducirles a posiciones cercanas a un mercadeo oportunista, favorecedor de un cierto tipo de chantaje, según el cual pudieran decantarse por adjudicar la alcaldía al mejor postor. Se provocaría así una situación éticamente reprobable, que pudiera constituir un fraude electoral encubierto, ya que no se actúa en función de parámetros fundamentados en la búsqueda del bien común, sino en acuerdos en los que prima algún tipo de connivencia política o intereses personales, que contravienen o pervierten la libre voluntad de los electores.

XOTRA CUESTIONx que evidencia la imperfección del sistema es el de los pactos contra natura, aquellos que se realizan entre ideologías perfectamente contrarias, con proyectos y programas divergentes o claramente contrapuestos, formando alianzas motivadas exclusivamente por intereses espurios, constituyendo una serie de matrimonios de conveniencia, extravagantes uniones cimentadas sobre un terreno cenagoso, a las que el futuro suele depararles un paisaje tránsfuga e ingobernable, y donde la terminología de socios colaboradores debería ser sustituida por la de cómplices. En ocasiones se trata de una cuña de la propia madera, concejales de una misma formación que, tras haber mantenido posiciones encontradas y enfrentamientos internos, fueron incapaces de restañar viejas heridas, y acuden a los procesos electorales movidos únicamente por un ansia de vengar antiguos agravios personales.

Algunos partidos defienden que gobierne la lista más votada en aquellas circunscripciones donde no cuentan con el apoyo suficiente, en cambio donde lo tienen, defienden un modelo diametralmente opuesto, lo que evidencia que se actúa movido más por intereses partidistas que por otro tipo de consideraciones; con lo que queda al descubierto de una manera palmaria el síndrome de soledad al que se ven sometidos, dando la impresión de estar sumidos en una nueva forma de autismo, incapaces de considerar que algo válido pueda existir más allá de sus propios posicionamientos. Los partidos han de saber ahormar sus voluntades ante estas situaciones, dotándose de un carácter negociador y flexible, con la ductilidad suficiente como para adoptar un espíritu de consenso que les otorgue la necesaria versatilidad para poder entenderse con los demás y configurar mayorías estables.

Conforme a las actuales leyes, tan democrático y lícito es obtener una alcaldía merced a la convergencia y a los pactos entre determinadas formaciones que defienden un proyecto similar, como que gobierne un partido que ostente la mayoría absoluta, en el primer supuesto quedará garantizada la pluralidad y la representatividad, en el segundo la gobernabilidad. Pero lo que sí es exigible de aquellos que han obtenido algún tipo de respaldo popular, es que sean consecuentes con la representación que se les otorgó, no adulterándola con ningún tipo de chalaneo, ni instrumentalizándola inconvenientemente para ponerla al servicio de intereses personales o partidistas.

*Profesor