A los pescadores españoles ya no les sale a cuenta salir a navegar. El precio del combustible se ha doblado en los últimos meses y, mientras se busca cómo solucionar el problema, posiblemente el pescado no llegue a la mesa.

Este es un ejemplo más de cómo la crisis de los carburantes incide directamente en la crisis alimentaria, pero no es el único. Ante el déficit de petróleo, se pretende que los biocombustibles contribuyan a cubrir la demanda energética. Sin embargo, la balanza de excedentes de cereales --materia prima de los biocombustibles-- es negativa y de tendencia decreciente, cosa que provoca que haya una mayor demanda a la vez que una menor oferta. La consecuencia: la subida de precios de alimentos como el trigo (130%) y la soja (87%). Además, la falta de tierras cultivables y de agua para el regadío acentúa el problema en el caso de los cereales y lo hace extensivo a otros alimentos como el arroz. Así, la paella, que originariamente era un plato de pobres, será cotizada, de ahora en adelante, a precio de oro. Sin embargo, el trasfondo del problema no es el peligro de extinción de la gastronomía nacional, sino la amenaza que ello supone para los intestinos de millones de personas en el mundo.

Eva Galindo Soriano ** correo electrónico