Rodríguez Ibarra ha sido siempre un político carismático y arrojado. En un artículo de retórica estridente en El País de ayer, el extremeño, que siempre dice lo que quiere y hace muy bien, lamenta con nostalgia no haber participado en la mítica y lejana huelga general del 14 D, a la que califica con estilo ampuloso de épica y lírica a la vez. Ataca lenguarazmente a los mercados por lujuriosos y avaros y cree que a los españoles en la tesitura actual solo nos quedaba el camino del suicidio o de la prostitución. Una vez decididos por lo segundo y metamorfoseada España en meretriz por culpa de la imprecisa pero innegable maldad especuladora, no cabe sino apoyar a Zapatero . Así pide a los sindicatos que, como él mismo en aquel legendario 14 D, renuncien por patriotismo a la anunciada huelga general. Eso sí, con aire amenazante deberán anunciar al presidente que, si salimos del túnel gracias a habernos plegado a Europa, "a los trabajadores nos lo premien" pero si no, "a vos os lo demanden" con la dimisión, claro. No me gusta a mí imaginarme España como una inmensa ramera, aunque reconozco que la metáfora es osada, escandalosa y provocadora en la tradición hiperbólica de su creador. Más bien, tras leer ayer el esclarecedor artículo de Josep Oliver en este periódico sobre La Reforma laboral y los mercados se me asemeja nuestra patria a la hermosa y soñadora Emma Bovary , esa bellísima e insatisfecha mujer que vivió durante años por encima de sus posibilidades gracias a los préstamos del aprovechado usurero. A la hora de pagar lo que gastamos alegremente no podemos envenenarnos en una huida loca, o, por seguir con la metáfora francesa, acabar como la selección gala que llegó con trampas al Mundial, y hoy se desespera entre la rebelión y el insulto. Hay que saldar la deuda y no lo haremos con huelgas o negándonos a entrenar tras actuar como tahúres. El peligro hay que afrontarlo, crecerse ante las dificultades, reconocer que viene una época de renuncias y superarla unidos ante el desafío. Si no, solo nos queda el arsénico o el ridículo.