Las grandes empresas de software y de servicios de acceso a internet se plantean la posibilidad de convertir el correo electrónico en un servicio de pago, con una tasa por cada mensaje, además del coste de la conexión telefónica. Es un paso más en la gradual sustitución de los servicios gratuitos en internet por los de pago. Esta vez, con la excusa de luchar contra el spam, la lluvia de mensajes no deseados que asaltan la intimidad de los usuarios y lastran la productividad de las empresas.

Los defensores de la idea, con Bill Gates a la cabeza, recuerdan que el ridículo coste de enviar millones de mensajes ha alimentado esta técnica publicitaria indeseable. Pero, para neutralizarla, además del peaje, difícil de gestionar y quizá fácil de burlar, hay otras posibilidades. A no ser que se trate de la vieja táctica comercial de esperar a que un servicio gratuito se convierta en una herramienta insustituible, como ya lo es el correo electrónico en la comunicación de las personas y la organización de las empresas, para hacer pagar por él. Es más complejo, pero parece más sensato, el enfoque de la UE: amenazar a quienes saturen la red, conseguir que los proveedores criben este tráfico y poner a disposición de los particulares programas de filtrado más eficaces.